jueves, 20 de noviembre de 2014

A la playa con la Princesa Colorines

Hoy mi Pez se ha puesto muy guapo, con su mejor pijama. Me ha preparado un vaso de leche calentito con miel, y ha puesto sobre la mesa un plato con galletas.

Cuando he visto el despliegue, primero le he dado un besote, y luego, le he preguntado por qué a ese gesto tan bonito. Muy serio se ha plantado delante de mi, y con las aletas en la cintura, me ha dicho:

"Primero porque te lo mereces (yo sonrío emocionada), y segundo, porque quiero celebrar contigo que hoy es el Día Universal del Niño. Así que siéntate a mi lado, y vamos a contarles a nuestros niños queridos un cuento. ¿Qué te parece?"

Vale, me parece perfecto. Pues venga, ponte cómodo y acompáñame, que vamos a sacar de paseo a nuestra revoltosa favorita, a la Princesa Colorines. Además, la aventura de hoy nos lleva hasta la playa. 

Sí, ahora que empieza el fresquito, que mejor manera para entrar en calor que imaginarnos a la orilla del mar, y con el solecito calentando el corazón.



LA PRINCESA COLORINES
El mar.

Hola, soy la Princesa Colorines, y ésta es una de mis historias.

Desde que comparto con mi padre el secreto de la puerta violeta, las cosas han cambiado mucho. Ahora, a menudo, vamos juntos en busca de aventuras, y siempre que voy sola, lo único que tengo que hacer es decírselo. Él me insiste mucho en esto, y sus palabras son siempre las mismas:

“Hija mía, avísame cuando vayas a cruzar la puerta. Unos días podré acompañarte, pero otros no. Y es importante que yo lo sepa, sobre todo aquellos días que no pueda ir contigo. No lo olvides cariño mío”.

Y no lo olvido. Aún recuerdo la primera vez que salí de aventura y tardé mucho tiempo en volver. Mis padres estaban muy tristes, y encima, les había mentido. Eso no volverá a pasar nunca.

Bueno, pues un día de verano, nos fuimos toda la familia a la Playa Colorada. Está muy cerquita de donde vivimos, aunque hay que ir en coche. Y recibe ese nombre porque por la tarde, cuando se pone el sol, sus aguas se vuelven de un rojo intenso. Y hasta que no desaparece el sol por completo, no cambia a su color normal. Cada vez que vamos nos gusta quedarnos hasta ese momento, para poder ver así uno de esos regalos de la naturaleza que tanto entusiasman a mi familia, y a mí.

Y cuando hablo de mi familia, incluyo también a mi Canelo, por supuesto, el perro más fiel y cariñoso que uno se pueda imaginar. A él también le encanta la playa. Disfruta con la arena, con el agua, con las palmeras, con las sombrillas. Y cuando atardece, y el sol se va escondiendo en el horizonte, se sienta a mi lado, y apoya su cabeza en mis rodillas, y se puede ver el sol reflejado en sus oscuros ojillos.

Como iba diciendo, mi padre nos levantó temprano, y tras preparar unos bocadillos y meter en una nevera portátil muchos refrescos y agua, nos subimos todos al coche, y nos marchamos. Por el camino íbamos cantando nuestras canciones favoritas, y se nos hizo el camino muy corto. El que lo pasó un poco mal fue Canelo, porque siempre se marea cuando va en coche.

Pero nada más llegar a la playa, se bajó del coche, hizo un hoyo en la arena, corrió a su alrededor, y escondió una piedra dentro; una piedra que le había tirado yo un poco antes. Después, me miró, movió muy rápido el rabo, y salió corriendo hacia la orilla. Al principio, se quedó parado. Después una ola le mojó la patas. Él dio un salto y se echó para atrás. Y cuando la siguiente ola se le acercó, le ladró como un loco, como enfadado por querer mojarle las patas otra vez. ¡Hombre, qué se había creído esa ola!, debió pensar.

Hasta que no me acerqué a su lado no se le pasó el enojo. Y cuando le tiré su pelota hacia dentro, hacia el agua, se olvidó por completo de las olas, y nadó junto a mí hasta llegar a ella. La cogió, me miró, y volvió a la orilla. Yo le seguí, y cuando salí, me coloqué mis gafas de bucear, mi tubo para poder respirar, y mis aletas. Y ayudé a Canelo a ponerse su equipo.

Sí, por supuesto, él también tiene unas gafas, un tubo y unas pequeñas aletas. Bueno, como cualquier perro, ¿no?

Transformados ya en una especie de buzos, nos pusimos en marcha, y nos metimos de nuevo en el agua. No sin antes prometerles a mis padres que tendría mucho cuidado y que no nos alejaríamos mucho.

Poco después ya habíamos nadado hasta las Rocas Verdes, que estaban a la derecha de la playa. Se llaman así porque alrededor de ellas crecen unas algas muy bonitas que le dan un color verde a la piedra.

¡Todo era tan hermoso! Por más que lo pienso, y lo recuerdo, no puedo dejar de ver todos esos peces de colores, las algas más curiosas, los cangrejos más simpáticos, las conchas más comilonas, las gaviotas más juguetonas. Todo en el mar es precioso, e incluso la puerta violeta que encontramos al otro lado de las Rocas Verdes. ¡Sí, la puerta violeta también estaba allí!

Al principio no la vi, y de hecho, casi me tropiezo con ella. Lo menos que me podía imaginar es que la iba a encontrar en ese lugar. Y me di cuenta porque de repente Canelo se puso a ladrar, y yo no sabía a qué, con qué o con quién estaba enfadado, hasta que me fijé bien, y la vi. ¡No me lo podía creer!, pero allí estaba.

Cuando la vi me entraron dudas, porque le había prometido a mi padre que siempre le diría dónde iba a estar si me marchaba de aventura, porque él sabía que buscaría la puerta violeta. Pero esta vez no lo había hecho, la puerta me había encontrado a mí, no yo a ella. Pensé y pensé, y volví a pensar otra vez, sobre lo que debía hacer o no. En realidad lo sabía, pero no me hice caso, y entré.

Cerré los ojos, y atravesé la puerta, y esta vez me aseguré de dejarla abierta, un poquito, colocando una piedrecita para que hiciera de tope. Quería asegurarme que encontraría la salida a mi vuelta.

Cuando abrí los ojos, tardé un rato en ver algo. Estaba todo oscuro, y cuando mi vista se adaptó al lugar, me fijé en que estaba en un sitio que resbalaba, pero que era muy suave al mismo tiempo. Intenté caminar, pero volvía al mismo sitio. Era como un gran tobogán. Pero claro, lo que al principio me resultó divertido, dejó de serlo al rato, porque notaba que no avanzaba hacia ningún sitio.

Poco a poco aquel lugar dejó de ser tan oscuro, y lo que parecían ser las paredes, resultaron ser brillantes. Reflejaban una luz que venía del exterior, y traían hasta mí el rumor del mar. Tenía lógica, porque lo último que recuerdo antes de entrar es que estaba nadando alrededor de las Rocas Verdes. Por cierto, ¿dónde estaban mis gafas, mi tubo y mis aletas?

Hasta ese momento no me había fijado, pero es que hasta ese momento no me habían hecho falta. El lugar donde estaba se movió, y parecía que se había dado la vuelta. Y digo parecía porque aparentemente todo estaba igual, yo seguía resbalando hacia el centro. Pero algo había cambiado. Ahora la luz no entraba por arriba, sino por un lado. Y además de luz, empezaba a entrar agua.

¡Oh, dios mío, agua! Muy poquito a poco, es verdad, pero agua al fin y al cabo. Por eso me acordé de mis gafas, mis aletas y mi tubo. Si las hubiera tenido no me habría entrado tanto miedo. Podría ir nadando hasta ese sitio por el que entraba la luz. Pensándolo bien, puedo hacerlo también, con un poco más de esfuerzo, pero, ¡lo conseguiré!

Pero la verdad es que no hizo falta. A medida que iba entrando el agua, aquello se fue girando otra vez, y nos movimos hacia el otro lado. Todo, el agua y yo. Y nos precipitamos hacia la luz. Nos acercamos a ella, y yo pensé que me iba a quemar, o algo así. Pero no. Resultó que la luz era la salida.

Claro, como esta vez fui precavida, había dejado la puerta abierta. ¿Pero de dónde estaba saliendo? Antes de que esa luz lo inundara todo y me obligara a cerrar los ojos, pude lanzar una última mirada hacia atrás, y cuál fue mi sorpresa cuando descubrí que estaba saliendo del caparazón de una caracola. Después, vuelta a la oscuridad.

Cuando abrí los ojos otra vez, Canelo me estaba dando lametazos, y mi padre me miraba, con una mezcla de enfado y emoción. Enfado porque no le había avisado. Y emoción porque estaba bien, no me había pasado nada.

Tras abrazarme, me hizo prometerle que nunca más lo haría, que no me marcharía sin avisar. Y le dije que así sería. Pero que en realidad lo había hecho, no me había portado mal del todo, porque cuando me marché de la playa, cuando empecé a nadar con Canelo, les avisé. A mi padre no le quedó más remedio que echarse a reír y darme la razón.

Pero, ¿y por qué estaba allí entonces?, ¿cómo sabía dónde encontrarme?

Su respuesta fue: “Espero que sepas corresponder a tu perro con el cariño que se merece, porque al ver que habías desaparecido, me vino a buscar y me trajo hasta aquí. Y no sé quién estaba más nervioso y preocupado por ti, si él o yo”.

Los abracé a los dos, y volvimos nadando a la playa. Había sido un día lleno de emociones, y estábamos muy cansados. Así que después de la merienda, y de ver el atardecer, pusimos rumbo a casa. Esa noche, cuando me dormí, soñé con nuevas aventuras.

Bueno, a mi Pez y a mis niños queridos les deseo que tengan un feliz descanso y dulces sueños.

A los papis, y a todos aquellos que tengan pequeños a su alrededor, celebren cada dia su presencia, porque cada niño es un angel que merece ser querido y mimado. 

Besitos y buenas noches
  

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Diario de una ilusión: Momento 8

Avanzando hacia ti...

El tiempo va pasando, y las novedades se van sucediendo. Ya estás más cerca. Ahora, por así decirlo, para que podamos seguir subiendo escalones, todo dependerá de mi premura y de la diligencia de las instituciones públicas. 

Verás, te lo explico para que lo entiendas:

Ya tengo el contrato por el que mi compromiso contigo es real y plasmado en papel. 

Tengo también el primer pago hecho. Sí, cariño, suena frío hablar de dinero, pero no quiero ocultarte nada. Piensa que gracias a ese dinero, en este primer momento, un hada empieza a desplegar sus alas por el país en el que vives, o vivirás, porque quizás aun no hayas nacido. Su magia consiste en encontrarte, mi princesa o mi príncipe del color de la canela. Sí, a ti. Como yo no puedo hacerlo directamente, este ser mágico lo hará por mi. Y claro, le he de pagar con el polvo de estrellas de los humanos.

También tengo ya el listado de personas que el hada de mis sueños guardará en su agenda, y que velarán por ti como si fueran yo. En este sentido, te diré que son seis ángeles de mi entera confianza, y te van a querer muchísimo. De hecho, ya lo hacen sin saberlo. Ah, y hay más personas que te quieren y que no están en ese listado. He tenido que reducir el número porque el hada es un poco caprichosilla. Aunque en el fondo la entiendo. Si le hubiera pasado los datos de toda la gente que tengo en mi corazón, la volvería un poco loca, ¿no crees?

Bien, esto ya está hecho. Pero claro, faltan más cositas. Estoy reuniendo esos documentos para enviarlos cuanto antes, e ir conformado el pasaporte hacia nuestra felicidad. 

He de decirte que en este nuestro camino, el que vamos andando aun sin conocernos, el concepto TIEMPO adquiere unos matices curiosos. Los días pasan tranquilos, aunque sus horas muchas veces se multiplican como por arte de birlibirloque. Seguro que esto es consecuencia de los tejemanejes de algún duendecillo travieso. 

Ya sabes, ya sé, PACIENCIA, PACIENCIA, PACIENCIA. Por tí, por mí, chin-chin.

En fin, mi pequeñ@, así andamos por el momento. Te mando mil besos de algodón, y un abrazo de azafrán.

Y que sepas que te quiero sin tenerte