jueves, 8 de agosto de 2013

Recuerdos en venta

Estos días retomo una nota que escribí hace unos dos años en Facebook, y que hablaba de la venta de una casa muy especial. En ella viví muchas cosas de la mano de uno de los seres más entrañables que han pasado por mi vida: mi abuela Lola.

 

"Normalmente la venta de una casa es sinónimo de alegría para los propietarios, sobre todo si el inmueble lleva bastante tiempo con carteles en sus ventanas, con anuncios en inmobiliarias, y con el boca a boca ya agotado.

Por un lado, es un alivio, sin duda. Pero por otro, y sobre todo cuando hay una gran carga emocional de por medio, supone un nudo en el estómago difícil de explicar.

Estos días estoy viendo una publicidad en la televisión que habla de un “banco de recuerdos”, y eso me ha hecho pensar en esta casa en particular. Podría hablar de cómo en ella me enteré de que los Reyes Magos eran los padres (bueno, en mi caso, padres, tíos, abuelos, etc.), porque espié a través de una ventana del pasillo, que daba a un cuarto donde se iban almacenando los regalos, y donde los mayores hablaban de ello con una aparente total intimidad.  Podría hablar del apaño que me hizo mi abuela en una de mis primeras reglas (la casa está cerca de mi colegio), y acudí a ella porque no sabía qué hacer. Podría hablar de cómo me escondí/encerré en uno de los cuartos, en un arranque de dramatismo pre adolescente cuando suspendí un montón de asignaturas en 6º de E. G. B., y no quería ir a mi casa (nunca fui buena estudiante, y empecé a catear pronto). Podría hablar de cómo me subía a una de las sillas de la cocina para alcanzar una caja que estaba en una alacena, y en la que siempre había dulces y galletas. Incluso podría hablar de uno de mis últimos recuerdos vinculados a ese salón: mi padre pelando langostinos, y mi abuela, con un dedito travieso, se los iba poniendo en su plato. Fueron las últimas navidades de los dos.

Debo reconocer que soy una persona muy apegada a sus recuerdos, y que eso no siempre es bueno, porque me ata a un pasado que ya no existe. Estos días se me acumulan cientos de esos recuerdos en la cabeza. ¿También se van a vender? ¿Existe una cláusula especial en los contratos de compra/venta donde vengan contemplados? ¿Entenderá el notario que no es una casa cualquiera? Sí. No. No.

Sólo espero que pronto haya otros niños deslizándose por la barandilla de la entrada; que haya otra abuela saludando desde el balcón; que se guarden secretos entre sus paredes; que proporcione felicidad a los nuevos propietarios.

Ahora tengo que ser yo la que se despida de ella, y asumir que es el cierre definitivo de una etapa, de un ciclo."

Rescato estas letras porque la semana que viene, esa vivienda pasará a manos de otra propietaria, y sí, el hecho me pone un poco nostálgica. Sé que mis recuerdos vinculados a ella, a la casa de mi abuela, vivirán siempre conmigo, y tendrán un hueco muy especial en mi corazón. 

Ésto me lleva a un libro que ya está descatalogado, pero que es un fiel reflejo del cómo me sentía allí:




Se trata de una joyita escrita e ilustrada por Juan Ferrandiz Castell, y que fue publidaca por Edigraf ni más ni menos que en 1975. Cómo he comentado antes, esta obra ya se encuentra descatalogada, pero he encontrado una página a través de la cual se puede comprar: Iberlibro 

En fin, mi Pez Volador y yo nos vamos ahora a jugar un ratito con mi abuela. Porque que no esté físicamente no significa que no viva en mi y en mi presente. 

Les deseo que si son nietos, o abuelos, se quieran mucho, y que transmitan a sus niños queridos el amor por esos seres mayores que tantas cosas nos aportan. 

Besos mimosos