lunes, 18 de febrero de 2013

Vínculos

Dicen que que no tienen sentimientos. Dicen que no entienden las cosas de los humanos. Dicen que básicamente comen y nos obligan a sacarlos para que hagan sus necesidades. Dicen que son solo animales, y que es una chorrada que nos encariñemos con ellos, porque su función no va más allá de la simple compañía, o en su caso, el resguardo de una casa.


Y no niego que los que dicen, dicen y vuelven a decir, no tengan su parte de razón. Pero, para mi son algo más, mucho más.


Les voy a contar la historia de mi perro, y quizás entonces puedan entenderme mejor.


Chopito llegó a casa una tarde de abril. Su dueño no lo quería. De hecho, solo le interesaba el pedigrí de su madre. Y como el cachorro, junto con el resto de la camada, fue el fruto de una juerga loca con un padre sin nombre y sin “marca”, su destino era un barreño con agua. Sí, así es. Sus hermanos perecieron ahogados de esta horrible e injusta manera. Mi madre, compañera de trabajo, le dijo de todo a ese salvaje, que encima se permitía presumir de perra y de ser un amante de los animales. Claro, de los que tienen apellidos larguísimos, y que cuestan una pasta. 
 

El caso es que cuando este animal de dos patas llegó a su casa, se encontró con que la adorada mascota había parido dos bastardos más. Y mira tú por donde que fue en ese momento cuando le entró lo que él entendió como cargo de conciencia: los metió en una caja de zapatos y le trajo uno a mi madre y el otro, a una vecina.


Así llegó Chopito al que se convertiría en su hogar, entre cartones, y rodeado aún de la placenta que le unía a la progenitora que nunca pudo lamerle y protegerle. 
 

Hubo que enseñarle absolutamente todo, desde comer hasta bajar un escalón. Al principio, su cama consistía en una caja vacía de naranjas, y nos aconsejaron que envolviéramos un despertador en una manta, para que emulara el corazón de la madre y así le ayudara a dormir. Lo hicimos.


Pasaron los años, y aquel chucho, porque lo es, y a mucha honra, se convirtió en algo que no era ni bonito ni feo, ni alto ni bajo, ni peludo ni pelón. No era nada de eso. Y sin embargo, lo era todo. Y lo más importante, se convirtió en uno más de nuestra familia. No era cuestión de cubrir sus necesidades, que también. Era una cuestión de humanidad, de amor, de cariño y de agradecimiento. Y aquí sigue, regalandonos su presencia.


Ahora está muy viejito, cumplirá 15 años en breve. Come bien, duerme un montón, y el tío conserva todos los dientes. Pero hay que echarle una mano para que pueda hacer ciertas cosas, como por ejemplo, subir escalones; y los paseos se han hecho más breves porque se cansa antes. ¿Y saben qué?, le ayudo encantada, porque él, inconscientemente, sin sentimientos, sin pensar, sin hablar y sin mostrar empatía (ya saben, es lo que dirían los que dicen, dicen y vuelven a decir), nos ha ayudado anteriomente a mi familia y a mi en muchísimas ocasiones. A sonreir cuando no teníamos ganas; a jugar cuando no había ánimo; a vestirnos y salir a la calle cuando la pena era muy poderosa; a no separarse de nuestras camas cuando estábamos maluchos; incluso, a no dejarme sola durante mis recientes horas de estudio.



Gracias, Chopito, sigues siendo un gran perro. Quería dejarlo por escrito antes de tu partida, porque por ley de vida, ésta llegará más pronto que tarde.


Les cuento esto porque hace muy pocos días uno de mis mejores amigos ha tenido que despedirse de su mascota, y tanto él como su pareja lo están pasando francamente mal. Y los entiendo, perfectamente. 
 

A los dos, quédense con los buenos momentos, con sus ojillos, con su pelo suave, con el tiempo que han compartido, y con la tranquilidad de saber que se ha marchado con la mochila cargada de amor. 
 

Un beso enorme, y mucho ánimo.


Como homenaje a él, y a todos los canes de nuestras vidas, le quiero dedicar este tema de una película titulada “Bajo Cero”, y que les confieso que siempre me hace llorar de emoción. 


Besitos y buenas noches

P.D.: Aclaro que los perros con pedigrí, nombre y apellidos me parecen igual de maravillosos que los chuchos como el mío; o mestizo, tal y como está escrito en su cartilla identificativa.

Todos son dignos de respeto y cariño.