lunes, 18 de marzo de 2013

Por la sonrisa de un niñ@



Érase una vez un pequeño que no tenía ganas de jugar.
 
Cada mañana se levantaba de la cama, se aseaba y se iba al colegio sin rechistar.
 
En la escuela, aprendía, pero se dormía.
 
Iba al recreo, pero no corría.
 
Le contaban historias fantásticas, pero no sonreía.
 
¡Hora de comer!
 
En fila india iban entrando al comedor, y por primera vez en el día, al pequeño se le iluminaba la cara.
 
Él no entendía cómo había compañeros que despreciaban la comida, que decían que esto o aquello no les gustaba, que no quería comer allí, incluso, que tiraban lo que había en las bandejas.
 
Casi siempre era el último en salir de la estancia que para él era la más maravillosa del colegio. Y esto ocurría porque le sacaba el sabor a todo lo que se llevaba a la boca, saboreaba cada cucharada, memorizaba cada sensación. Era simple, hasta el día siguiente no volvería a comer.
 
Cuando acababa el cole, volvía a casa, y la mochila le pesaba un montón. Y era la misma de la mañana, pero claro, ahora llevaba más conocimientos dentro.
 
Hacía sus tareas, obedecía a su mamá y su papá le arropaba antes de acostarse. La verdad es que los papis del pequeño ahora pasaban muchas horas con él. Y eso era genial, pero los mayores estaban tristes.
 
Feliz descanso, pequeño.
 
Sus sueños eran sencillos. Consistían en comidas abundantes compartidas con la familia. Pero al despertarse, el agujerito de su tripa parecía agrandarse, y un gran tigre salía por su garganta en forma de rugidos silenciosos.
 
Él era un chico valiente y aunque sabía que algo pasaba en su hogar, intentaba portarse bien siempre. Pensaba que de esta manera sus padres se pondrían contentos también.
 
Así día tras día.
 
Una noche se despertó, tenía ganas de ir al baño; sin hacer ruido para no molestar escuchó a mamá y a papá hablando. Se preguntaban cómo podrían pagar el comedor del niño el mes siguiente. Lloraban, pero al poco, se prometieron a ellos mismos que harían lo imposible por pagar ese recibo.
 
Lo imposible, lo imposible, lo imposible…
 
Así se quedó de nuevo dormido el pequeño.
 
El niño soñó, pero no con comida como casi siempre. No.
 
En esta ocasión, el Hada Milandrina se coló en su cabecita, y se lo llevó de paseo por las dunas, por la orilla del mar. Le dijo que no tuviera miedo, que ella le protegería, que no se preocupara, que tenía poderes mágicos, y que iba a conseguir cumplir al menos alguno de sus sueños.
 
Le preguntó al pequeño, que, a pesar de ser un sueño, no salía de su asombro:
 
-Cariño, ¿cuál es tu mayor deseo?
 
-Señora, yo…
 
-Dime, mi niño..
 
-Yo, bueno, mi mayor deseo es poder comer todos los días, y que mis papás no se pongan tristes por tener que pagarme el comedor del cole.
 
El Hada Milandrina lo cogió en sus brazos, lo acunó y le dijo al oído:
 
Mi niño, no te preocupes, eso lo puedo hacer posible. Y no lo haré yo sola.
 
Conozco a un montón de duendecillos, al Mago Grande, a las ninfas de las nubes, a las estrellas del cielo. Todos nosotros vamos a tratar de que tu sueño se cumpla.
 
Trabajaremos, haremos funcionar todas las varitas mágicas del reino. Y ya lo verás, lo conseguiremos.
 
Confía en mí; confía en tus sueños; confía en ti. Juntos, lo lograremos
 
El niño se quedó dormido, y descansó como no recordaba haberlo hecho nunca.
 
Al despertar, se fue corriendo a la cama de sus papás, se tiró en plancha, se los comió a besos a los dos, y a cada uno de ellos le dijo que no se preocuparan, que los quería, y que tenía mucha prisa, que se tenía que ir al cole pitando.
 
Y así fue.
 
Gracias al Hada Milandrina, al Mago Grande, a los duendecillos, a las estrellas del cielo, a las ninfas de las nubes, y a muchísimos seres del reino de la magia, el pequeño, y otros niños como él, pudieron comer en el comedor de sus escuelas, sin que sus padres tuvieran que preocuparse, al menos durante un tiempo generoso, de pagar los recibos ñam ñam.
 
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
 
 
P.D.: Si quieren convertirse en duendecillos, estrellas o ninfas, pueden colaborar con el Hada Milandrina en difundir este cuento. Toda colaboración será bien recibida, se los puedo asegurar.
 
 
Muchísimas gracias, y recuerden, todo esto se hace para conseguir un tesoro: la sonrisa de un niñ@.
 
 
¿Nos ayudan a conseguirlo?

 
 

domingo, 10 de marzo de 2013

Una amiga para siempre...

Hoy mi Pez ha preparado su mochila, y antes de salir por la ventana de mi azotea se ha dado la vuelta, me ha mirado, y con una sonrisa en sus morritos me ha dicho: ¡¡Vuelvo en un ratito, me voy al bosque con Maya!!



Hace una hora que se han ido, y estoy tranquila, porque sé que está en buena compañía. Maya es algo traviesa, pero con un gran corazón; lista, cariñosa y tiene muchos amigos, a los que he conocido y con los que me he reído y disfrutado en numerosos momentos agradables y entrañables.


Lo que mi Pez no sabe es que a Maya y a sus compañeros del bosque los conozco hace muchísimos años, tantos como tengo, o casi. Sí, Pez, te voy a contar su historia, para que puedas leerla cuando vuelvas a casa.


Erase una vez una pequeña abeja que se coló por las televisiones de muchos hogares allá por 1978. ¿Que cómo lo hizo? ¿Cómo puede atravesar un bichito la pantalla de una tele? Muy fácil, mi niño, gracias a la imaginación. Bien, pues aquella abejita rubia nos enseñó cómo era un bosque por dentro, cómo eran las gotas de la lluvia, cómo era la hierba desde cerca, cómo vivían los insectos y demás animales. 

Ella lleva haciendo sonreír a niños de todo el mundo desde hace más años de los que te imaginas. Nació en 1912, en la cabeza de un escritor llamado Waldemar Bonsels. Él nos la regaló y nos enseñó a respetar nuestro entorno verde, y como dice mi madre, nos hizo pensarnos dos veces antes de pisar una hormiguita.


Mira, así se presentaba tu amiga a los niños. Verás qué bonito, y ahora entenderás por qué de vez en cuando canto esta melodía. Claro, es que es muy pegadiza. Ah, y cuando acabe la canción, quédate, que empieza el capítulo:



Pero me vas a decir que tu amiga, con la que te has ido de excursión esta mañana, se parece a la de los dibujos, pero que no es la misma. Ay, mi pequeño Pez, es que Maya se ha hecho mayor, pero gracias a la magia de Planeta Junior, en vez de parecer más viejita, ahora está mucho más juvenil. A ver, ¿es ésta?


Ajá, ahora sí, ¿verdad? Ya sabía yo.


Ya tengo ganas de que vuelvas de tu aventura, para ver tu carita iluminarse gracias a nuestra amiga. Estoy segura que a partir de ahora la verás con otros ojos, porque vas a descubrir que Maya ya era amiga mía incluso antes de que nacieras tú. Y me ha marcado de tal manera que ahora, cuando necesito desconectar un poco, o incluso, sonreír cuando mi cerebro está agotado, recurro a ella.


¿Que cómo lo consigue? Mira, así






Es uno de los libros de las oposiciones que estoy preparando. Sí, es la razón por la que te tengo un poco abandonado, y que nos echemos tanto de menos. Pues verás, cuando los compré, eran, y son tan aburridos, que se me ocurrió forrarlos con algo que me gustara mucho, y así encontrar, de alguna manera, la motivación que necesitaba para sumergirme en él. ¿Y a quién elegí para éste? Efectivamente, a la Abeja Maya.


Te lo aseguro, pequeño Pez, tanto a ti como a todos nuestros niños queridos, Maya les va a acompañar durante toda su vida, se convertirá en una amiga para siempre. Pero para eso, ella solo pide una cosa: que le dejen entrar en casa, que no la dejen por fuera de la ventana.


Un beso volado para todos