A
Manuel, por su esfuerzo
Cuando
me encuentro con personas que empeñan gran parte de su tiempo en
superarse, en estudiar, en mejorar su vida a base de esfuerzo y
tesón, me quito el sombrero. La vida está compuesta de un sin fin
de escalones, y no siempre estamos en condiciones de subir los que
tenemos delante. Incluso, hay veces que sin saber ni cómo ni por
qué, en vez de avanzar, bajamos un par de peldaños. Y esos son,
quizás, los que más cuesta superar después. Pero merece la pena.
Tal vez en el momento no seamos capaces de verlo, y no porque no
podamos, sino porque el bloqueo mental no nos deja. Pero en serio,
detrás de las nubes más grises se encuentra el cielo azul, y en él,
el sol que nos ilumina y nos da calorcito.
Todo
esto viene a cuento porque hoy he estado pensando en el valor del
esfuerzo. ¿Saben nuestros niños queridos qué es eso, trabajar duro
para lograr un propósito? A veces les facilitamos tanto la vida que
nos olvidamos de enseñarles el significado del esfuerzo, de lo que
cuesta conseguir las cosas. Y no me refiero al aspecto económico.
Que también. Pero me centro en ese tipo de cosas que no se compran,
que nos hacen ilusión, y que queremos conseguir. Los pequeños
también tienen sus objetivos a alcanzar, sus premios, sus metas, ¿pero saben esforzarse, les hemos
proporcionado las herramientas necesarias para lograr sus propósitos?
Reflexionando
sobre esto, me ha venido a la cabeza un clásico de la literatura
universal y que habla precisamente del esfuerzo, de las agallas que
hay que echarle a la vida para obtener algo que sabemos que queremos.
Se trata de “El viejo y el mar”, de Ernest Hemingway.
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Ilustración de Daniel Gómez |
La
novela fue escrita por este genial escritor de la llamada Generación
Perdida en 1951 en Cuba, y se publicó un año más tarde. Aquí
les dejo un enlace donde podrán leer, on line esta gran obra.
Vale,
lo reconozco, no es quizás un libro para los más pequeños de la
casa. Yo lo tuve que leer en el instituto, y lo confieso, me costó
horrores. Por un lado, era una lectura obligatoria, lo que le
aportaba el punto de tortura que los adolescentes creen que tiene la
vida. Y por otro, me parecía aburridísima. Una hoja tras hoja, y
aquel viejo obstinado luchando por pescar algo. Este podría ser el
argumento si nos quedáramos con una lectura parcial. Pero no, es
mucho más, y en posteriores encuentros marinos que tuve con
Santiago, su protagonista, descubrí el valor de esta obra.
No
he encontrado buenas adaptaciones para el público infantil en
formato papel. Sin embargo, he localizado un corto animado precioso,
con unos dibujos increíbles, y que no deben perderse, ni los
grandes, ni los chicos. Está en inglés, pero tranquilos, tiene
subtítulos.
Verán,
su creador fue Alexandre Petrov, y todos los dibujos que han visto
fueron pintados con las yemas de los dedos. Este trabajo tan bonito
recibió su justo reconocimiento en forma de Oscar, en 1999, por el
mejor corto animado. Se lo merecía, ¿no creen? Yo sí, estoy
convencida.
En
fin, debo pedirles perdón, porque creo que hoy les he soltado un
rollo bastante largo, y quizás pesado. Pero es mi forma de hacerle
mi homenaje particular a todas aquellas personas que, por ejemplo
ahora, están delante de un ordenador, trabajando duro por sacar unos
estudios adelante, a la vez que salen a pelear cada día con la vida.
Ánimo, suerte, y perseverancia.
Ah,
y por favor, no se olviden de transmitirles estos valores a sus niños
queridos. Puede que en este momento no les entiendan, pero cuando
sean mayores se lo van a agradecer.
Un
besito, esta vez, con sabor a sal.
PD: Manuel aprobó. ¡¡Muchísimas felicidades!!
PD: Manuel aprobó. ¡¡Muchísimas felicidades!!
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