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jueves, 20 de noviembre de 2014

A la playa con la Princesa Colorines

Hoy mi Pez se ha puesto muy guapo, con su mejor pijama. Me ha preparado un vaso de leche calentito con miel, y ha puesto sobre la mesa un plato con galletas.

Cuando he visto el despliegue, primero le he dado un besote, y luego, le he preguntado por qué a ese gesto tan bonito. Muy serio se ha plantado delante de mi, y con las aletas en la cintura, me ha dicho:

"Primero porque te lo mereces (yo sonrío emocionada), y segundo, porque quiero celebrar contigo que hoy es el Día Universal del Niño. Así que siéntate a mi lado, y vamos a contarles a nuestros niños queridos un cuento. ¿Qué te parece?"

Vale, me parece perfecto. Pues venga, ponte cómodo y acompáñame, que vamos a sacar de paseo a nuestra revoltosa favorita, a la Princesa Colorines. Además, la aventura de hoy nos lleva hasta la playa. 

Sí, ahora que empieza el fresquito, que mejor manera para entrar en calor que imaginarnos a la orilla del mar, y con el solecito calentando el corazón.



LA PRINCESA COLORINES
El mar.

Hola, soy la Princesa Colorines, y ésta es una de mis historias.

Desde que comparto con mi padre el secreto de la puerta violeta, las cosas han cambiado mucho. Ahora, a menudo, vamos juntos en busca de aventuras, y siempre que voy sola, lo único que tengo que hacer es decírselo. Él me insiste mucho en esto, y sus palabras son siempre las mismas:

“Hija mía, avísame cuando vayas a cruzar la puerta. Unos días podré acompañarte, pero otros no. Y es importante que yo lo sepa, sobre todo aquellos días que no pueda ir contigo. No lo olvides cariño mío”.

Y no lo olvido. Aún recuerdo la primera vez que salí de aventura y tardé mucho tiempo en volver. Mis padres estaban muy tristes, y encima, les había mentido. Eso no volverá a pasar nunca.

Bueno, pues un día de verano, nos fuimos toda la familia a la Playa Colorada. Está muy cerquita de donde vivimos, aunque hay que ir en coche. Y recibe ese nombre porque por la tarde, cuando se pone el sol, sus aguas se vuelven de un rojo intenso. Y hasta que no desaparece el sol por completo, no cambia a su color normal. Cada vez que vamos nos gusta quedarnos hasta ese momento, para poder ver así uno de esos regalos de la naturaleza que tanto entusiasman a mi familia, y a mí.

Y cuando hablo de mi familia, incluyo también a mi Canelo, por supuesto, el perro más fiel y cariñoso que uno se pueda imaginar. A él también le encanta la playa. Disfruta con la arena, con el agua, con las palmeras, con las sombrillas. Y cuando atardece, y el sol se va escondiendo en el horizonte, se sienta a mi lado, y apoya su cabeza en mis rodillas, y se puede ver el sol reflejado en sus oscuros ojillos.

Como iba diciendo, mi padre nos levantó temprano, y tras preparar unos bocadillos y meter en una nevera portátil muchos refrescos y agua, nos subimos todos al coche, y nos marchamos. Por el camino íbamos cantando nuestras canciones favoritas, y se nos hizo el camino muy corto. El que lo pasó un poco mal fue Canelo, porque siempre se marea cuando va en coche.

Pero nada más llegar a la playa, se bajó del coche, hizo un hoyo en la arena, corrió a su alrededor, y escondió una piedra dentro; una piedra que le había tirado yo un poco antes. Después, me miró, movió muy rápido el rabo, y salió corriendo hacia la orilla. Al principio, se quedó parado. Después una ola le mojó la patas. Él dio un salto y se echó para atrás. Y cuando la siguiente ola se le acercó, le ladró como un loco, como enfadado por querer mojarle las patas otra vez. ¡Hombre, qué se había creído esa ola!, debió pensar.

Hasta que no me acerqué a su lado no se le pasó el enojo. Y cuando le tiré su pelota hacia dentro, hacia el agua, se olvidó por completo de las olas, y nadó junto a mí hasta llegar a ella. La cogió, me miró, y volvió a la orilla. Yo le seguí, y cuando salí, me coloqué mis gafas de bucear, mi tubo para poder respirar, y mis aletas. Y ayudé a Canelo a ponerse su equipo.

Sí, por supuesto, él también tiene unas gafas, un tubo y unas pequeñas aletas. Bueno, como cualquier perro, ¿no?

Transformados ya en una especie de buzos, nos pusimos en marcha, y nos metimos de nuevo en el agua. No sin antes prometerles a mis padres que tendría mucho cuidado y que no nos alejaríamos mucho.

Poco después ya habíamos nadado hasta las Rocas Verdes, que estaban a la derecha de la playa. Se llaman así porque alrededor de ellas crecen unas algas muy bonitas que le dan un color verde a la piedra.

¡Todo era tan hermoso! Por más que lo pienso, y lo recuerdo, no puedo dejar de ver todos esos peces de colores, las algas más curiosas, los cangrejos más simpáticos, las conchas más comilonas, las gaviotas más juguetonas. Todo en el mar es precioso, e incluso la puerta violeta que encontramos al otro lado de las Rocas Verdes. ¡Sí, la puerta violeta también estaba allí!

Al principio no la vi, y de hecho, casi me tropiezo con ella. Lo menos que me podía imaginar es que la iba a encontrar en ese lugar. Y me di cuenta porque de repente Canelo se puso a ladrar, y yo no sabía a qué, con qué o con quién estaba enfadado, hasta que me fijé bien, y la vi. ¡No me lo podía creer!, pero allí estaba.

Cuando la vi me entraron dudas, porque le había prometido a mi padre que siempre le diría dónde iba a estar si me marchaba de aventura, porque él sabía que buscaría la puerta violeta. Pero esta vez no lo había hecho, la puerta me había encontrado a mí, no yo a ella. Pensé y pensé, y volví a pensar otra vez, sobre lo que debía hacer o no. En realidad lo sabía, pero no me hice caso, y entré.

Cerré los ojos, y atravesé la puerta, y esta vez me aseguré de dejarla abierta, un poquito, colocando una piedrecita para que hiciera de tope. Quería asegurarme que encontraría la salida a mi vuelta.

Cuando abrí los ojos, tardé un rato en ver algo. Estaba todo oscuro, y cuando mi vista se adaptó al lugar, me fijé en que estaba en un sitio que resbalaba, pero que era muy suave al mismo tiempo. Intenté caminar, pero volvía al mismo sitio. Era como un gran tobogán. Pero claro, lo que al principio me resultó divertido, dejó de serlo al rato, porque notaba que no avanzaba hacia ningún sitio.

Poco a poco aquel lugar dejó de ser tan oscuro, y lo que parecían ser las paredes, resultaron ser brillantes. Reflejaban una luz que venía del exterior, y traían hasta mí el rumor del mar. Tenía lógica, porque lo último que recuerdo antes de entrar es que estaba nadando alrededor de las Rocas Verdes. Por cierto, ¿dónde estaban mis gafas, mi tubo y mis aletas?

Hasta ese momento no me había fijado, pero es que hasta ese momento no me habían hecho falta. El lugar donde estaba se movió, y parecía que se había dado la vuelta. Y digo parecía porque aparentemente todo estaba igual, yo seguía resbalando hacia el centro. Pero algo había cambiado. Ahora la luz no entraba por arriba, sino por un lado. Y además de luz, empezaba a entrar agua.

¡Oh, dios mío, agua! Muy poquito a poco, es verdad, pero agua al fin y al cabo. Por eso me acordé de mis gafas, mis aletas y mi tubo. Si las hubiera tenido no me habría entrado tanto miedo. Podría ir nadando hasta ese sitio por el que entraba la luz. Pensándolo bien, puedo hacerlo también, con un poco más de esfuerzo, pero, ¡lo conseguiré!

Pero la verdad es que no hizo falta. A medida que iba entrando el agua, aquello se fue girando otra vez, y nos movimos hacia el otro lado. Todo, el agua y yo. Y nos precipitamos hacia la luz. Nos acercamos a ella, y yo pensé que me iba a quemar, o algo así. Pero no. Resultó que la luz era la salida.

Claro, como esta vez fui precavida, había dejado la puerta abierta. ¿Pero de dónde estaba saliendo? Antes de que esa luz lo inundara todo y me obligara a cerrar los ojos, pude lanzar una última mirada hacia atrás, y cuál fue mi sorpresa cuando descubrí que estaba saliendo del caparazón de una caracola. Después, vuelta a la oscuridad.

Cuando abrí los ojos otra vez, Canelo me estaba dando lametazos, y mi padre me miraba, con una mezcla de enfado y emoción. Enfado porque no le había avisado. Y emoción porque estaba bien, no me había pasado nada.

Tras abrazarme, me hizo prometerle que nunca más lo haría, que no me marcharía sin avisar. Y le dije que así sería. Pero que en realidad lo había hecho, no me había portado mal del todo, porque cuando me marché de la playa, cuando empecé a nadar con Canelo, les avisé. A mi padre no le quedó más remedio que echarse a reír y darme la razón.

Pero, ¿y por qué estaba allí entonces?, ¿cómo sabía dónde encontrarme?

Su respuesta fue: “Espero que sepas corresponder a tu perro con el cariño que se merece, porque al ver que habías desaparecido, me vino a buscar y me trajo hasta aquí. Y no sé quién estaba más nervioso y preocupado por ti, si él o yo”.

Los abracé a los dos, y volvimos nadando a la playa. Había sido un día lleno de emociones, y estábamos muy cansados. Así que después de la merienda, y de ver el atardecer, pusimos rumbo a casa. Esa noche, cuando me dormí, soñé con nuevas aventuras.

Bueno, a mi Pez y a mis niños queridos les deseo que tengan un feliz descanso y dulces sueños.

A los papis, y a todos aquellos que tengan pequeños a su alrededor, celebren cada dia su presencia, porque cada niño es un angel que merece ser querido y mimado. 

Besitos y buenas noches
  

martes, 9 de julio de 2013

Leer un ratito cada día

Hola mi pequeño, ¿qué tal estás?
Hola Paz. Pues muy bien, jugando sin parar, ahora que no tengo cole.
Vaya, qué suerte tienes. Bueno, espero que estés disfrutando. Pero oye, amiguito, quiero que no te olvides de una cosa muy importante, al menos para mi.
¿De qué se trata?, ¿tengo que hacer deberes? ¡Si lo aprobé todo!
Nooo, eso no. Lo que te pido es que no te olvides de leer un poquitín cada día. Yo te ayudaré, te ofreceré libros chulos, y si quieres, lo haremos juntos. Hay un sin fin de amigos que te están esperando detrás de cada palabra. 


¡Uaalaa!, a estos los conozco. Jo, Paz, claro que leeré un ratito todos los días. Y tú también, conmigo, juntitos. ¿Me lo prometes tú a mí?
Por supuesto que te lo promete. Venga, vamos con el momento lectura de hoy. ¿Preparado?
Síiii.
Genial. Pues vamos con una nueva aventura de La Princesa Colorines.

 LA PROHIBICIÓN


Hola, soy la Princesa Colorines, y ésta es una de mis historias.

A menudo me pregunto el por qué de muchas cosas. Por ejemplo, ¿por qué tengo el pelo naranja?, ¿por qué los ojos de mi padre son verdes?, ¿por qué Canelo tiene las orejas largas y peludas?, ¿por qué mi madre canta tan bien? En fin, cuando alguna de estas preguntas viene a mi, me siento a pensar mucho rato, y cuando no encuentro ninguna respuesta, bajo a la biblioteca, donde siempre está mi abuelito Faro Azul, y me ayuda a buscar las respuestas en lo libros.

Tenemos muchos, libros, quiero decir, no abuelitos.

Grandes, pequeños, delgados, muy muy gordos. Con dibujos o sin ellos. Pero lo más importante es que mi abuelito los conoce todos, y siempre me dice que los libros son nuestros amigos, y que ellos nos enseñan muchas cosas, siempre y cuando estemos dispuestos a leer atentamente, y a dejarnos llevar por su magia.

Bueno, y debo decir que Canelo también tiene libros. Libros blanditos, para que él pueda pasar sus páginas, y que están escritos en el lenguaje de los perros. Sí, el “guauñol”. A veces, cuando él está leyendo, me pide que le ayude, y lo hace siempre igual.

Se pone de espaldas al libro, y con su rabo me señala lo que no entiende. Y yo, que le quiero mucho, le digo qué pone. Claro, es que yo se hablar, leer y escribir también el guauñol. Me enseñó mi abuelo, que lo aprendió de su padre, y su padre de su padre. Y todo para poder comunicarnos mejor con nuestras mascotas.

Y no es casualidad que Canelo sea hijo de Marrón, el perro de mi padre. Y Marrón, hijo de Oscurita, la mascota de mi abuelo.

Lo gracioso es que en la biblioteca están colgados los retratos de mis antepasados, y todos fueron pintados junto a sus perros. Algún día yo también tendré un cuadro aquí, y en él estaremos Canelo y yo, juntos, como siempre.

Pues un día, corrí desde mi cuarto hasta la biblioteca, buscando a mi abuelo, porque tenía una pregunta muy importante que hacerle.

-Abuelo, abuelo, ¿dónde estás?

-Abuelito, ¿estás en la biblioteca?

Abrí despacio la puerta, y asomé la cabeza. Pero ahí no estaba, no había nadie. Entré sigilosamente, y cuando fui a encender la luz, ¡ay, que susto más grande me llevé! Mi abuelo me cogió en volandas, y me dijo:

-¡Ajá, te pillé!

Es verdad, siempre estay dándole sustos a mi abuelo, y me escondo a propósito para que tenga que encontrarme, y me disfrazo de fantasma, y le cambio sus cosas de lugar a propósito.

Cuando hago algo de esto, siempre me dice muy serio:

-Pequeña, algún día te pillaré yo a ti, ya lo verás.

Y desde luego, hoy lo hizo.

Cuando me tenía en brazos, me dio dos besos en los mofletes, me miró fijamente, y me preguntó:

-A ver, cariño, ¿qué pregunta tienes hoy para mi?

Y yo, directamente, le dije:

-Abuelo, ¿por qué papá y mamá me tienen prohibido atravesar el río?

Me dejó en el suelo, me cogió de la mano, y nos sentamos, uno al lado del otro, en el sillón que está junto a la ventana. Canelo también se sentó, pero no en el sillón, sino en la alfombra que estaba delante.

Entonces mi abuelo me dijo:

-Creo que ha llegado la hora de que conozcas la historia.

“Verás. Hace muchos años, cuando tu papá era un niño más o menos de tu edad, se fue de paseo con su perro Marrón. Los dos salían todos los días, hiciera frío o calor. Igual que haces tú con Canelo, o igual que hacía yo con Oscurita.

Lo cierto es que un día, como te digo, salió, pero no volvió. Ni ese día, ni el siguiente, ni el otro.

Imagínate lo preocupados que estábamos todos. Salimos a buscarle. Fuimos por todas partes. Nos ayudaron los vecinos, todos y cada uno estuvimos día y noche caminando por todas partes, pero no lo encontramos. Fuimos a la playa, cruzamos el río, recorrimos palmo a palmo el bosque, y nada. No había rastro ni de él, ni de Marrón.

Al tercer día, cuando por fin conseguí quedarme dormido, noté como alguien me daba un beso en la frente, y me susurraba al oído:

-Buenas noches, papá. Ya estoy en casa.

Abrí lo ojos, y ahí estaba, de pie, a mi lado. Se notaba que estaba cansado, así que lo cogí en brazos, lo abracé muy fuerte, lo llevé a su cama, lo arropé, y esperé a que se durmiera.

Al día siguiente, lo vi bajar las escaleras, y cuando me vio, se acercó y me dijo:

-Lo siento, papá. Pero te prometa que no fue culpa mía, fue de la puerta violeta”.

Cuando mi abuelo nombró la puerta violeta, me puse muy nerviosa, porque yo también sabía dónde estaba esa puerta. Lo que no me podía imaginar es que mi padre también.

Entonces mi abuelo me contó que mi padre le había dicho que había resbalado con una piedra, en el río, y se hizo una herida muy fea. Como estaba un poco lejos de casa, creyó que era mejor esperar un poco a que dejara de dolerle la rodilla.

Pero hacía calor ese día, así que fue al bosque, a buscar algo de sombrita. Y allí, entre los árboles encontró una extraña puerta, que según tu padre, estaba un poco abierta. Así que entró sin más, pensando que daría con un lugar fresco.

Tu papá nunca me ha contado lo que pasó al otro lado de la puerta, pero eso sí, me dijo que alguien le ayudó, que le curaron la herida, que dieron de comer y beber a Marrón, y que le indicaron el camino de vuelta, la salida de ese extraño lugar que parecía un hospital.

¿Un hospital?, pregunté yo.

“Sí, un hospital. Eso es lo que nos contó tu papá.

Tu abuela y yo nos asustamos tanto, que no queríamos que eso volviera a ocurrir. Así que le prohibimos que atravesara el río, porque sabíamos que si no lo hacía, no llegaría al bosque, y no daría con esa puerta, y no desaparecería durante tres días.

Y por eso él también te lo ha prohibido a ti, para que no te pase nada”.

Ahora que conocía la verdad, no sabía qué hacer, si volver al bosque, o hacer caso a todos.

Y mientras pensaba y pensaba, vi a mi padre en el jardín.

Me acerqué a él. Le di un beso. Le abracé y le guiñé un ojo.

Y cuando me preguntó que por qué le había guiñado el ojo, yo le dije:

-Perdóname, papi, pero yo también encontré la puerta.

Él me sonrió, y me dijo:

-Ya lo sabía.

FIN 

¿Te ha gustado, cariño?
¿Gustado? No, me ha encantadoooo. ¿Me dejas que me lo lleve a la playa y se lo lea a mis amiguitos?
Claro que sí. Un besito para ti, y otro para nuestros niños queridos
Te dejo con una divertida canción veraniega de Ross Lynch, llamada "Na, Na, Na (The Vacation Song)".



Chachi, Paz, muchas gracias y otro besito para ti
   
 
 
 

miércoles, 24 de abril de 2013

Al desierto con la Princesa Colorines

-Hola Pez, ¿qué tal estás?
-Bueno, un poco triste.
-¿Y eso?
-Pues como ayer fue el Día del Libro, me regalaron algunos cuentos. Y como me gustaron tanto, me los he terminado en un piz paz.
-Tesoro, pero eso está muy bien. ¿Por qué estás triste entonces? 
-Porque no tengo ningún cuento para hoy.
-Uy, habérmelo dicho antes. Ya sabes que enseguida me pongo a buscar y seguro que te encuentro un sin fin de aventuras de papel. A ver, ¿qué te apetece?
-¿Puedo elegir?
-Claro, pequeño. Soy todo oidos.
-Me gustaría volver a leer otra aventura de La Princesa Colorines
-De acuerdo. Bien, siéntate a mi lado, que te voy a contar una historia que habla del Desierto. ¿Preparado?
-Síiiiii.
-Pues ahí va:

LA PRINCESA COLORINES
El desierto.


Hola, soy la Princesa Colorines, y ésta es una de mis historias.

Canelo y yo nos despertamos temprano, y fuimos a desayunar. En realidad era un fastidio, porque no teníamos que ir a la escuela, por lo que no estábamos obligados a madrugar. Y digo teníamos porque Canelo también me acompaña al cole todos los días, y espera mi salida para volver juntos a casa.

Mis padres siempre han querido que vaya a una escuela normal, y que tenga amigos normales. No como mi primo, el príncipe Olivo, cuyos padres, el Rey Alcornoque y la Reina Encina, no quieren que vaya a la escuela. Por eso, un profesor va todos los días al palacio y le da clases a Oli (así lo llamo yo). En el fondo me da pena, porque los únicos niños con los que se relaciona somos sus primos, y la verdad, no nos vemos mucho.

En el colegio todo me va muy bien. Bueno, vale, menos en Mates, que se me dan fatal. Pero a mi amigo Lapicero, se le dan muy bien, y me ayuda. Conocimiento del Medio tampoco me gusta mucho, y alguna vez he suspendido. Es entonces cuando me ayuda mi amiga Azucena, y apruebo sin problemas.

Lapicero flojea un poco en Historia, y a mi me gusta ayudarle en esta materia. Y Azucena odia la Literatura, y a mi me encanta. Así que entre todos estudiamos las asignaturas, nos ayudamos, y aprobamos.

Ellos son mis dos mejores amigos, y de Canelo. Además, viven muy cerca, y casi todas las tardes estamos juntos. Ahora en verano nos vemos todos los días, y ellos también se levantan temprano, como yo.

Después de desayunar lo que nos había cocinado la buena Blanca, le pedí permiso a mi papá para ir a jugar. Él me dijo que le preguntara a mi mamá si podía salir. Mi mamá que dijo que sí, pero que también tenía que tener el permiso de mi papá. Y mi papá por fin me dijo también que sí.

Normalmente me encontraba con mis amigos bajo el naranjo, mi árbol favorito.

Ese día nos pasaron muchas cosas, y algunas fantásticas.

Nos pusimos a caminar, y nos dirigimos al bosque, después de atravesar el Río Prohibido. Les había hablado a mis amigos de la redonda puerta violeta, y de lo que me había pasado hacía poco tiempo. Llegamos hasta ella, y se abrió, sola, como la otra vez.

Esta vez, sin tanto miedo y cogidos de la mano, pasamos al otro lado mis amigos, Canelo, y yo.

Yo esperaba encontrar la extraña ciudad gris. Pero no fue así. A mi alrededor no había gris, pero tampoco muchos colores. Sólo unos cuantos, e iban del amarillo claro, al amarillo oscuro. Y hacía calor, mucho calor.

Sudábamos, y nos costaba movernos. Pero nos juntamos, nos apretamos unos contra otros, hicimos un pequeño esfuerzo, y salimos, llegando a lo que parecía la superficie. ¡Oh!, estábamos sobre arena, y arena, y más arena. Arena por todas partes. Y sol, mucho sol.

No sabíamos a dónde ir, pero nos fijamos en unas huellas que había en el suelo. Parecían de un animal, pero no sabíamos cuál. Por cierto, ¿dónde está Canelo? Ay, ay ay, ¡ya se ha vuelto a escapar! ¿Serán estas sus huellas? Parecen más grandes, pero quién sabe lo que puede pasar en este extraño lugar.

Así que seguimos las huellas del suelo. Y caminando, caminando, llegamos hasta un sitio en el que abundaba el agua, las palmeras, las frutas, y el fresquito. Sí, qué bueno, no hacía tanto calor. Nos miramos, mis amigos y yo, y sin decir nada, corrimos hacia esa especie de lago que había en el centro. Y bebimos su agua, y nadamos en su agua, y nos refrescamos en su agua. ¡Estaba tan buena!

Hablamos, y llegamos a la conclusión de que estábamos en un oasis, y el oasis, en un desierto. Habíamos estudiado los desiertos en clase, pero era la primera vez que veíamos uno, que estábamos en uno.

Después de beber, nadar y refrescarnos estábamos listos para seguir buscando a Canelo. Lo llamamos una y mil veces, pero no apareció. Miramos detrás de cada árbol, de cada piedra, pero no estaba, no lo veíamos por ningún lado.

Vimos de nuevo las huellas, y decidimos seguirlas otra vez, a pesar de estar muy a gusto en aquel oasis. Pero, Canelo es Canelo, y sin él las aventuras no son lo mismo.

Nos pusimos en marcha, y esta vez las huellas nos llevaron a un sendero entre unas montañas muy altas que parecían de arena. Íbamos por la sombra, por eso no hacía tanto calor.

Cuando estábamos a punto de sentarnos a descansar, oímos un ruido delante de nosotros. Era como si algo o alguien estuviera removiendo plantas, o hierbas. Nos acercamos muy muy despacio, y casi sin hacer ruido. No sabíamos lo que hacía ese ruido, y podía ser peligroso.

¡Allí estaba!, ¡era enorme!, y por el tamaño de sus patas, bien podía ser el dueño de las huellas que habíamos seguido durante tanto tiempo.

El animal se dio la vuelta, y a decir verdad, tenía algo que me resultaba muy familiar. No se si el color, o los ojos, pero tenía la sensación de haberlo visto antes.

Se acercó a nosotros, y movió tanto el rabo que levantó una nube de arena y piedrecitas a su alrededor.

¡Claro!, ¡ya se! Pero, ¿qué había pasado? Sin duda, era Canelo, pero, ¡era tan grande! Y para él, nosotros debíamos parecer como hormiguas pequeñitas. ¿Cómo había pasado? Y lo más importante, ¿cómo lo íbamos a llevar a casa así? Claro, que para eso, teníamos que encontrar de nuevo la puerta redonda violeta, y no sabíamos dónde podía estar.

Nos pusimos a pensar, y mientras eso ocurría, Canelo quería jugar. Jugar a darnos lametones, a traernos un palo para que se lo tiráramos, a hacer un hoyo en el suelo para esconder una piedra. Pero claro, ahora era un perro gigante, y sus lametones nos dejaban empapados. Sus palitos eran troncos, y los hoyos, enormes socavones; ¡por no hablar de las piedras que pretendía esconder!

¡Esto tenía que acabar! Además, empezábamos a tener hambre y a estar cansados.

¿Y cómo podíamos salir de allí?

De pronto Canelo encontró algo muy apetitoso y se lo llevó a la boca. Empezó a hacer mucho ruido y a pasarse la comida de un lado a otro de la boca, jugando con ella. No me gustó lo que veía, así que me acerqué a él y le dije: “Canelo, Canelo bonito, come con la boca cerrada, y no juegues con la comida”. Parece que me entendió, y cerró la boca y comió despacio.

Mis amigos llamaron mi atención, y cuando me acerqué a ellos, los vi mirando una roca muy grande que no estaba allí antes y que tenía forma de puerta, ¡mi redonda puerta violeta! Pero en vez de malva y madera, era de granito, y esta vez estaba ya abierta, esperándonos.

Nos cogimos de nuevo de las manos, y rodeamos una de las enormes patas de Canelo. Caminamos todos juntos, y sin pensárnoslo mucho, atravesamos aquella roca en forma de puerta.

Y al abrir los ojos, ¡estábamos en el bosque de nuevo! ¡Y Canelo volvía a ser pequeño!

Mis amigos salieron corriendo, y yo también. Pero me detuve y me acerqué a la puerta violeta y redonda. Acerqué mi orejilla a ella, para poder escucharla, y en esta ocasión me dijo: “comer con la boca abierta es de mala educación; y jugar con la comida también”.

Desde luego, puerta bonita, puerta violeta, es una lección que nunca olvidaré.

Y así acabó la aventura de aquel día. Pero, ¿por qué un desierto? Porque creo que hacía poco que en clase nuestra profesora, doña Esmeralda, nos había hablado de ellos, y yo me quedé muy impresionada.


Llegamos al naranjo, y me despedía de mis amigos, no sin antes hacerles prometer que no contarían nada de nuestra aventura. Al fin y al cabo, seguía teniendo prohibido atravesar el río.

FIN

-¿Te ha gustado, Pez?
-Síiii. Porfa, ¡cuéntame otro cuento de la Princesa Colorines! 
-No, mi niño. Otro día. Tanto tú como todos nuestros niños queridos deben descansar ya. Si te sigues portando así de bien, pronto nos embarcamos en otra aventura de ella. ¿Conforme?
-Vale. Un besito Paz.
-Mil besos y un achuchón, Pez