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miércoles, 6 de mayo de 2015

Nuevo compañero de juegos

Hola mi pequeño Pez.

Ya sé que te he tenido un poco abandonado. Cualquier excusa que te de será eso, una excusa. He estado bastante liada, y me han faltado horas en el día. Pero sabes, parece que poco a poco voy recuperando la gestión del tiempo.

Suena hasta mágico. A ver, "Paz y su varita del tiempo".

Jajajajaja, no me mires así, que no hace falta que tus ojos me recuerden que estoy algo loquilla.

En fin, que aquí me tienes, que espero volver a dedicarte el tiempo que te mereces, y, sobre todo, paciencia, porque tengo muuuuuchas cosas que contarte.

Para pedirte perdón a mi manera, te voy a contar una nueva aventura de la Princesa Colorines y debes estar muy atento, porque en esta ocasión, la sorpresa que se lleva nuestra querida amiga va a ser muy pero que muy especial.

Bueno, ponte cómodo y disfruta:

LA PRINCESA COLORINES
Mi hermanito.

Hola, soy la Princesa Colorines, y ésta es una de mis historias.

Madre mía, madre mía, qué contenta estoy hoy. Ha ocurrido algo fantástico, y estoy muy emocionada. Pero antes de contarles de qué se trata, les haré saber cómo me enteré.

Volvía como cada tarde de la escuela. Por el camino se habían ido quedando mis amigos, cada uno en sus casas, y el último tramo lo tenía que hacer sola, como siempre. Pero como siempre también mi pequeño Canelo me esperaba para que no caminara sola, y sobre todo, para que no me pasara nada. Él me cuidaba y me protegía.

Pero el muy pillo me esperaba en lugares distintos. Una vez, detrás de una piedra. Otra vez, detrás de un arbusto. Otra vez, en la curva del río. Y hoy, ¡menudo susto me dio! Se había subido a un pequeño árbol, y esperó hasta que pasé por debajo. Entonces se abalanzó sobre mí, y vino a caer en mis brazos.

Cuando se me pasó el susto, y vi que lo que me había caído del cielo era mi perro, lo abracé muy fuerte, y él respondió a mi gesto un una mirada pícara.

Le dije: “Bueno Canelo, andando, que tengo ganas de llegar a casa y merendar”.

El perro me dijo: “Guau, guau”.

Sin previo aviso, sin esperarlo ninguno de los dos, cuando nos dimos la vuelta y empezábamos a caminar hacia casa, nos tropezamos y caímos directamente en el hueco de la Puerta Violeta, que resultó estar abierta de par en par. Así que esta vez no elegimos entrar, sino que lo hicimos de manera involuntaria.

¿Sería distinto?; ¿nos encontraríamos algo aún más extraño que las últimas veces? Y ahora que lo pienso, ¿por qué estaba la puerta abierta?; ¿acaso entró alguien antes que Canelo y yo? Ay, ay, ay, cuantas preguntas sin respuesta.

¡CANELOOO!, ¡Canelo, dónde estás! Ya empezaba la aventura. Mi perro había desaparecido.

Pero, ¿y dónde estoy esta vez? Al menos no hace frío, ni calor tampoco. Se está bien. Abro los ojos, y lo veo todo rojo. Muy rojo. Es como si estuviera en una especie de río, en el que el agua es roja. Un río que discurre por un túnel. Y el túnel tiene también las paredes rojas. Aunque se ven otros túneles, esta vez azules Y, ¿Qué es eso blanco y duro? ¿Son otros pasadizos? No, no lo parece, porque no da la impresión que corra agua por dentro. Me recuerdan a los troncos de los árboles del jardín. Altos, blancos, duros.

Sigo nadando, muy tranquila. Es una sensación extraña. Me siento como en casa, muy bien. Es como si de alguna manera ya hubiera estado aquí. Pero no me suena, ni creo haber soñado con este sitio tampoco. Pero me siento bien.

Mientras nado, noto algo cerca de mí. No estoy sola. Será Canelo, pero quién sabe en qué se habrá convertido en este viaje. Siento algo de miedo, de incertidumbre. Por eso, aunque sigo escuchando un chapoteo que no es el mío, no quiero darme la vuelta. ¿Y si es algo peligroso?

De repente, algo, o alguien me toca en el hombro. ¡No quiero mirar! Canelo, ¿eres tú? No, creo que no. Me tapan los ojos con dos manos, y el miedo me invade. Y un susurro me llega al oído: “Sorpresa”.

¡Papá!, ¡eres tú!

Y me dio un abrazo fuerte.

Claro que soy yo, ¿quién creías que era?, me dijo sonriendo.

No lo sé, pensé que podría ser Canelo, porque ha desaparecido, y no sé dónde está. Además, siempre que atravieso la Puerta Violeta estoy sola en mi aventura. Bueno, sola con Canelo, que siempre acaba apareciendo. Por cierto, la próxima vez, ¡cierra la Puerta Violeta! Estaba abierta de par en par y nos hemos tropezado y caído dentro Canelo y yo. ¿Y si no hubiésemos sido nosotros?

Ay, papá, papá.

Por cierto, papi, ¿dónde estamos?

No lo sé, hija mía, me dijo entre sorprendido por mi bronca y divertido por encontrarme. No he visto tampoco a Canelo. Pero tengo una ligera sospecha. Todos estos túneles, rojos y azules. Éste río rojo. Esas paredes blancas.

Cariño, me dijo, ¿has estudiado Anatomía en el cole?

Pues claro, papá, además, en el último examen saqué un 9. ¿Por qué lo dices? Le pregunté yo.

Y él, señalando alrededor, me hizo este comentario: ¿Nada de esto te suena?, ¿no te resulta familiar?

Yo le dije que me sentía extraña desde que me caí al interior de la Puerta Violeta. Rara porque es como si ya conociera cada recoveco de esta especie de río, como si hubiera vivido aquí.

Y fue cuando mi padre me dijo: “tengo la ligera sospecha de que estamos en el interior de una persona. Estamos, pienso, dentro de las venas de esta persona, y por eso este río es rojo. Por eso vemos esas cosas blancas, que supongo que serán huesos. Y por eso estos túneles tienen dos colores, rojo y azul, porque son venas y arterias. ¿Estás de acuerdo conmigo?

Anda, papá, ¡cuánta razón tienes! Pero, ¿y dentro de quién?

Nos agarramos bien de la mano, y nadamos juntos, tranquilos. No podía dejar de mirar a mi padre. ¡Me sentía tan contenta de compartir esta experiencia con él! Y él parecía sentirse orgulloso de tenerme su lado.

De pronto escuchamos a Canelo ladrar. Pero no era un sonido de enfado, sino más bien de todo lo contrario. Era la especie de ladrido que empleaba cuando quería jugar, cuando llamaba a alguien para que le prestara atención, para que le miraran mientras hacía alguna de las suyas. Pero, ¿y a quién le ladraba?, ¿había alguien más en este cuerpo?

Mi padre y yo nos miramos, y nos pusimos a nadar de forma más rápida hacia donde parecía que se estaba produciendo el pequeño alboroto canino.

Nadamos y nadamos, y cada vez escuchábamos más cerca a nuestro perro.

¡Mira papá, parece que ahí hay un poco más de luz!, ¡es como si se abriera una ventana!

Hicimos un último esfuerzo, y al doblar el último recodo, lo vimos.

Nos quedamos parados. De repente no nos respondían las piernas, y me agarré fuerte a mi padre, porque no sabía exactamente qué estaba viendo.

Entonces Canelo nos vio, y vino corriendo hasta nosotros. Saltó encima de mí, y me dio tantos besos como pudo. Yo estaba muy contenta por haberlo encontrado, y sobre todo, porque esta vez era él, no un pequeño monstruito fruto de la imaginación de la Puerta Violeta. Sí, contenta, pero boquiabierta. Mientras agarraba a Canelo no podía dejar de mirar hacia aquello.

Canelo pareció que entendió mi miedo, así que ya en el suelo, me daba empujoncitos con su morrito en mis piernas, y de esa manera pude ir dando pasito tras pasito.

Lo que teníamos delante era como una gran bolsa del plástico más fino del mundo, conectado a través de un tubo con las paredes de más arriba. Ese tubo era como el enlace con el exterior de un ser que habitaba dentro del saquito. Un ser, una personita, pequeña, con sus bracitos, sus manitas, sus ojitos. ¡Esos ojos nos estaban mirando, y esa boquita nos sonreía a mi padre y a mí! Y Canelo se acercó, y ladró nervioso otra vez, quería jugar con aquella pequeña persona.

Hacía un rato que no escuchaba a mi padre, y cuando levanté la cara para ver qué pasaba, vi que estaba llorando. Se acercó despacito hacia nuestro descubrimiento, y puso su mano sobre su cabecita. Cuando lo hizo me miró, y me dijo que me acercara, que quería que conociera a la persona que tanto me miraba y que quería jugar con mi perro.

Cariño, éste es tu hermano. Bueno, aún no ha nacido. Verás, ¿te acuerdas que antes te dije que creía que estábamos dentro de un cuerpo humano? Pues el cuerpo es el de tu mamá.

Ah, papá, ahora lo entiendo todo. Ahora ya me explico por qué esto me sonaba tanto. Claro, yo ya había estado aquí.

Bueno, me dijo papá, es hora de marcharnos. El pequeño debe descansar, y tu mamá también. Así que Canelo, vamos, que tenemos que encontrar nuestra Puerta Violeta.

Esta vez no caminamos mucho, ni tuvimos que buscar demasiado. Mientras le decíamos adiós a mi hermanito, atravesamos aquella cueva, y sin saber muy bien cómo, nos encontramos los tres, papá, Canelo y yo, en mi habitación.

Estaba muy nerviosa, y salí corriendo, como una locuela, a buscar a mi mamá. Cuando la encontré, tendida en su cama, leyendo un libro, la abracé fuerte, muy fuerte, y le di un beso, y otro beso más, y le dije al oído; ¡Gracias!.

Ella me miró, y miró a mi padre, y dijo: ¡Ah, papi, ya se lo has dicho, ¿verdad?! Pues sí, mi tesoro, voy a tener un bebé, vas a tener un hermanito. O una hermanita. Y me vas a tener que ayudar mucho, sobre todo, a buscar un nombre bonito para él o para ella. ¿Qué te parece?

Y yo le dije: “me gustaría que fuera un niño, y que se llamara Colorín Colorado. Y mamá, no te preocupes de nada, porque ya lo quiero, y ya estoy deseando volver a verle”.

¿Volver a verle?, me preguntó extrañada mamá.

Y yo me eché a reír a carcajadas. Y antes de salir por la puerta, y guiñarle un ojo a papá, le dije a mamá. ¡En qué estaría yo pensando! ¡Te quiero mamá, me voy a jugar al jardín!

Cierra la boca, mi Pez, jejejjeje, ¡¡que aun tienes carita de sorpresa!!

¿Te ha gustado?

Vale, no hace falta que me digas nada. Espero que próximamente vuelvas a dirigirme una aleta, y me hayas perdonado por mis ausencias.

Un besito grande y salado para ti, y cientos de ellos para nuestros niños queridos.



jueves, 20 de noviembre de 2014

A la playa con la Princesa Colorines

Hoy mi Pez se ha puesto muy guapo, con su mejor pijama. Me ha preparado un vaso de leche calentito con miel, y ha puesto sobre la mesa un plato con galletas.

Cuando he visto el despliegue, primero le he dado un besote, y luego, le he preguntado por qué a ese gesto tan bonito. Muy serio se ha plantado delante de mi, y con las aletas en la cintura, me ha dicho:

"Primero porque te lo mereces (yo sonrío emocionada), y segundo, porque quiero celebrar contigo que hoy es el Día Universal del Niño. Así que siéntate a mi lado, y vamos a contarles a nuestros niños queridos un cuento. ¿Qué te parece?"

Vale, me parece perfecto. Pues venga, ponte cómodo y acompáñame, que vamos a sacar de paseo a nuestra revoltosa favorita, a la Princesa Colorines. Además, la aventura de hoy nos lleva hasta la playa. 

Sí, ahora que empieza el fresquito, que mejor manera para entrar en calor que imaginarnos a la orilla del mar, y con el solecito calentando el corazón.



LA PRINCESA COLORINES
El mar.

Hola, soy la Princesa Colorines, y ésta es una de mis historias.

Desde que comparto con mi padre el secreto de la puerta violeta, las cosas han cambiado mucho. Ahora, a menudo, vamos juntos en busca de aventuras, y siempre que voy sola, lo único que tengo que hacer es decírselo. Él me insiste mucho en esto, y sus palabras son siempre las mismas:

“Hija mía, avísame cuando vayas a cruzar la puerta. Unos días podré acompañarte, pero otros no. Y es importante que yo lo sepa, sobre todo aquellos días que no pueda ir contigo. No lo olvides cariño mío”.

Y no lo olvido. Aún recuerdo la primera vez que salí de aventura y tardé mucho tiempo en volver. Mis padres estaban muy tristes, y encima, les había mentido. Eso no volverá a pasar nunca.

Bueno, pues un día de verano, nos fuimos toda la familia a la Playa Colorada. Está muy cerquita de donde vivimos, aunque hay que ir en coche. Y recibe ese nombre porque por la tarde, cuando se pone el sol, sus aguas se vuelven de un rojo intenso. Y hasta que no desaparece el sol por completo, no cambia a su color normal. Cada vez que vamos nos gusta quedarnos hasta ese momento, para poder ver así uno de esos regalos de la naturaleza que tanto entusiasman a mi familia, y a mí.

Y cuando hablo de mi familia, incluyo también a mi Canelo, por supuesto, el perro más fiel y cariñoso que uno se pueda imaginar. A él también le encanta la playa. Disfruta con la arena, con el agua, con las palmeras, con las sombrillas. Y cuando atardece, y el sol se va escondiendo en el horizonte, se sienta a mi lado, y apoya su cabeza en mis rodillas, y se puede ver el sol reflejado en sus oscuros ojillos.

Como iba diciendo, mi padre nos levantó temprano, y tras preparar unos bocadillos y meter en una nevera portátil muchos refrescos y agua, nos subimos todos al coche, y nos marchamos. Por el camino íbamos cantando nuestras canciones favoritas, y se nos hizo el camino muy corto. El que lo pasó un poco mal fue Canelo, porque siempre se marea cuando va en coche.

Pero nada más llegar a la playa, se bajó del coche, hizo un hoyo en la arena, corrió a su alrededor, y escondió una piedra dentro; una piedra que le había tirado yo un poco antes. Después, me miró, movió muy rápido el rabo, y salió corriendo hacia la orilla. Al principio, se quedó parado. Después una ola le mojó la patas. Él dio un salto y se echó para atrás. Y cuando la siguiente ola se le acercó, le ladró como un loco, como enfadado por querer mojarle las patas otra vez. ¡Hombre, qué se había creído esa ola!, debió pensar.

Hasta que no me acerqué a su lado no se le pasó el enojo. Y cuando le tiré su pelota hacia dentro, hacia el agua, se olvidó por completo de las olas, y nadó junto a mí hasta llegar a ella. La cogió, me miró, y volvió a la orilla. Yo le seguí, y cuando salí, me coloqué mis gafas de bucear, mi tubo para poder respirar, y mis aletas. Y ayudé a Canelo a ponerse su equipo.

Sí, por supuesto, él también tiene unas gafas, un tubo y unas pequeñas aletas. Bueno, como cualquier perro, ¿no?

Transformados ya en una especie de buzos, nos pusimos en marcha, y nos metimos de nuevo en el agua. No sin antes prometerles a mis padres que tendría mucho cuidado y que no nos alejaríamos mucho.

Poco después ya habíamos nadado hasta las Rocas Verdes, que estaban a la derecha de la playa. Se llaman así porque alrededor de ellas crecen unas algas muy bonitas que le dan un color verde a la piedra.

¡Todo era tan hermoso! Por más que lo pienso, y lo recuerdo, no puedo dejar de ver todos esos peces de colores, las algas más curiosas, los cangrejos más simpáticos, las conchas más comilonas, las gaviotas más juguetonas. Todo en el mar es precioso, e incluso la puerta violeta que encontramos al otro lado de las Rocas Verdes. ¡Sí, la puerta violeta también estaba allí!

Al principio no la vi, y de hecho, casi me tropiezo con ella. Lo menos que me podía imaginar es que la iba a encontrar en ese lugar. Y me di cuenta porque de repente Canelo se puso a ladrar, y yo no sabía a qué, con qué o con quién estaba enfadado, hasta que me fijé bien, y la vi. ¡No me lo podía creer!, pero allí estaba.

Cuando la vi me entraron dudas, porque le había prometido a mi padre que siempre le diría dónde iba a estar si me marchaba de aventura, porque él sabía que buscaría la puerta violeta. Pero esta vez no lo había hecho, la puerta me había encontrado a mí, no yo a ella. Pensé y pensé, y volví a pensar otra vez, sobre lo que debía hacer o no. En realidad lo sabía, pero no me hice caso, y entré.

Cerré los ojos, y atravesé la puerta, y esta vez me aseguré de dejarla abierta, un poquito, colocando una piedrecita para que hiciera de tope. Quería asegurarme que encontraría la salida a mi vuelta.

Cuando abrí los ojos, tardé un rato en ver algo. Estaba todo oscuro, y cuando mi vista se adaptó al lugar, me fijé en que estaba en un sitio que resbalaba, pero que era muy suave al mismo tiempo. Intenté caminar, pero volvía al mismo sitio. Era como un gran tobogán. Pero claro, lo que al principio me resultó divertido, dejó de serlo al rato, porque notaba que no avanzaba hacia ningún sitio.

Poco a poco aquel lugar dejó de ser tan oscuro, y lo que parecían ser las paredes, resultaron ser brillantes. Reflejaban una luz que venía del exterior, y traían hasta mí el rumor del mar. Tenía lógica, porque lo último que recuerdo antes de entrar es que estaba nadando alrededor de las Rocas Verdes. Por cierto, ¿dónde estaban mis gafas, mi tubo y mis aletas?

Hasta ese momento no me había fijado, pero es que hasta ese momento no me habían hecho falta. El lugar donde estaba se movió, y parecía que se había dado la vuelta. Y digo parecía porque aparentemente todo estaba igual, yo seguía resbalando hacia el centro. Pero algo había cambiado. Ahora la luz no entraba por arriba, sino por un lado. Y además de luz, empezaba a entrar agua.

¡Oh, dios mío, agua! Muy poquito a poco, es verdad, pero agua al fin y al cabo. Por eso me acordé de mis gafas, mis aletas y mi tubo. Si las hubiera tenido no me habría entrado tanto miedo. Podría ir nadando hasta ese sitio por el que entraba la luz. Pensándolo bien, puedo hacerlo también, con un poco más de esfuerzo, pero, ¡lo conseguiré!

Pero la verdad es que no hizo falta. A medida que iba entrando el agua, aquello se fue girando otra vez, y nos movimos hacia el otro lado. Todo, el agua y yo. Y nos precipitamos hacia la luz. Nos acercamos a ella, y yo pensé que me iba a quemar, o algo así. Pero no. Resultó que la luz era la salida.

Claro, como esta vez fui precavida, había dejado la puerta abierta. ¿Pero de dónde estaba saliendo? Antes de que esa luz lo inundara todo y me obligara a cerrar los ojos, pude lanzar una última mirada hacia atrás, y cuál fue mi sorpresa cuando descubrí que estaba saliendo del caparazón de una caracola. Después, vuelta a la oscuridad.

Cuando abrí los ojos otra vez, Canelo me estaba dando lametazos, y mi padre me miraba, con una mezcla de enfado y emoción. Enfado porque no le había avisado. Y emoción porque estaba bien, no me había pasado nada.

Tras abrazarme, me hizo prometerle que nunca más lo haría, que no me marcharía sin avisar. Y le dije que así sería. Pero que en realidad lo había hecho, no me había portado mal del todo, porque cuando me marché de la playa, cuando empecé a nadar con Canelo, les avisé. A mi padre no le quedó más remedio que echarse a reír y darme la razón.

Pero, ¿y por qué estaba allí entonces?, ¿cómo sabía dónde encontrarme?

Su respuesta fue: “Espero que sepas corresponder a tu perro con el cariño que se merece, porque al ver que habías desaparecido, me vino a buscar y me trajo hasta aquí. Y no sé quién estaba más nervioso y preocupado por ti, si él o yo”.

Los abracé a los dos, y volvimos nadando a la playa. Había sido un día lleno de emociones, y estábamos muy cansados. Así que después de la merienda, y de ver el atardecer, pusimos rumbo a casa. Esa noche, cuando me dormí, soñé con nuevas aventuras.

Bueno, a mi Pez y a mis niños queridos les deseo que tengan un feliz descanso y dulces sueños.

A los papis, y a todos aquellos que tengan pequeños a su alrededor, celebren cada dia su presencia, porque cada niño es un angel que merece ser querido y mimado. 

Besitos y buenas noches
  

miércoles, 24 de abril de 2013

Al desierto con la Princesa Colorines

-Hola Pez, ¿qué tal estás?
-Bueno, un poco triste.
-¿Y eso?
-Pues como ayer fue el Día del Libro, me regalaron algunos cuentos. Y como me gustaron tanto, me los he terminado en un piz paz.
-Tesoro, pero eso está muy bien. ¿Por qué estás triste entonces? 
-Porque no tengo ningún cuento para hoy.
-Uy, habérmelo dicho antes. Ya sabes que enseguida me pongo a buscar y seguro que te encuentro un sin fin de aventuras de papel. A ver, ¿qué te apetece?
-¿Puedo elegir?
-Claro, pequeño. Soy todo oidos.
-Me gustaría volver a leer otra aventura de La Princesa Colorines
-De acuerdo. Bien, siéntate a mi lado, que te voy a contar una historia que habla del Desierto. ¿Preparado?
-Síiiiii.
-Pues ahí va:

LA PRINCESA COLORINES
El desierto.


Hola, soy la Princesa Colorines, y ésta es una de mis historias.

Canelo y yo nos despertamos temprano, y fuimos a desayunar. En realidad era un fastidio, porque no teníamos que ir a la escuela, por lo que no estábamos obligados a madrugar. Y digo teníamos porque Canelo también me acompaña al cole todos los días, y espera mi salida para volver juntos a casa.

Mis padres siempre han querido que vaya a una escuela normal, y que tenga amigos normales. No como mi primo, el príncipe Olivo, cuyos padres, el Rey Alcornoque y la Reina Encina, no quieren que vaya a la escuela. Por eso, un profesor va todos los días al palacio y le da clases a Oli (así lo llamo yo). En el fondo me da pena, porque los únicos niños con los que se relaciona somos sus primos, y la verdad, no nos vemos mucho.

En el colegio todo me va muy bien. Bueno, vale, menos en Mates, que se me dan fatal. Pero a mi amigo Lapicero, se le dan muy bien, y me ayuda. Conocimiento del Medio tampoco me gusta mucho, y alguna vez he suspendido. Es entonces cuando me ayuda mi amiga Azucena, y apruebo sin problemas.

Lapicero flojea un poco en Historia, y a mi me gusta ayudarle en esta materia. Y Azucena odia la Literatura, y a mi me encanta. Así que entre todos estudiamos las asignaturas, nos ayudamos, y aprobamos.

Ellos son mis dos mejores amigos, y de Canelo. Además, viven muy cerca, y casi todas las tardes estamos juntos. Ahora en verano nos vemos todos los días, y ellos también se levantan temprano, como yo.

Después de desayunar lo que nos había cocinado la buena Blanca, le pedí permiso a mi papá para ir a jugar. Él me dijo que le preguntara a mi mamá si podía salir. Mi mamá que dijo que sí, pero que también tenía que tener el permiso de mi papá. Y mi papá por fin me dijo también que sí.

Normalmente me encontraba con mis amigos bajo el naranjo, mi árbol favorito.

Ese día nos pasaron muchas cosas, y algunas fantásticas.

Nos pusimos a caminar, y nos dirigimos al bosque, después de atravesar el Río Prohibido. Les había hablado a mis amigos de la redonda puerta violeta, y de lo que me había pasado hacía poco tiempo. Llegamos hasta ella, y se abrió, sola, como la otra vez.

Esta vez, sin tanto miedo y cogidos de la mano, pasamos al otro lado mis amigos, Canelo, y yo.

Yo esperaba encontrar la extraña ciudad gris. Pero no fue así. A mi alrededor no había gris, pero tampoco muchos colores. Sólo unos cuantos, e iban del amarillo claro, al amarillo oscuro. Y hacía calor, mucho calor.

Sudábamos, y nos costaba movernos. Pero nos juntamos, nos apretamos unos contra otros, hicimos un pequeño esfuerzo, y salimos, llegando a lo que parecía la superficie. ¡Oh!, estábamos sobre arena, y arena, y más arena. Arena por todas partes. Y sol, mucho sol.

No sabíamos a dónde ir, pero nos fijamos en unas huellas que había en el suelo. Parecían de un animal, pero no sabíamos cuál. Por cierto, ¿dónde está Canelo? Ay, ay ay, ¡ya se ha vuelto a escapar! ¿Serán estas sus huellas? Parecen más grandes, pero quién sabe lo que puede pasar en este extraño lugar.

Así que seguimos las huellas del suelo. Y caminando, caminando, llegamos hasta un sitio en el que abundaba el agua, las palmeras, las frutas, y el fresquito. Sí, qué bueno, no hacía tanto calor. Nos miramos, mis amigos y yo, y sin decir nada, corrimos hacia esa especie de lago que había en el centro. Y bebimos su agua, y nadamos en su agua, y nos refrescamos en su agua. ¡Estaba tan buena!

Hablamos, y llegamos a la conclusión de que estábamos en un oasis, y el oasis, en un desierto. Habíamos estudiado los desiertos en clase, pero era la primera vez que veíamos uno, que estábamos en uno.

Después de beber, nadar y refrescarnos estábamos listos para seguir buscando a Canelo. Lo llamamos una y mil veces, pero no apareció. Miramos detrás de cada árbol, de cada piedra, pero no estaba, no lo veíamos por ningún lado.

Vimos de nuevo las huellas, y decidimos seguirlas otra vez, a pesar de estar muy a gusto en aquel oasis. Pero, Canelo es Canelo, y sin él las aventuras no son lo mismo.

Nos pusimos en marcha, y esta vez las huellas nos llevaron a un sendero entre unas montañas muy altas que parecían de arena. Íbamos por la sombra, por eso no hacía tanto calor.

Cuando estábamos a punto de sentarnos a descansar, oímos un ruido delante de nosotros. Era como si algo o alguien estuviera removiendo plantas, o hierbas. Nos acercamos muy muy despacio, y casi sin hacer ruido. No sabíamos lo que hacía ese ruido, y podía ser peligroso.

¡Allí estaba!, ¡era enorme!, y por el tamaño de sus patas, bien podía ser el dueño de las huellas que habíamos seguido durante tanto tiempo.

El animal se dio la vuelta, y a decir verdad, tenía algo que me resultaba muy familiar. No se si el color, o los ojos, pero tenía la sensación de haberlo visto antes.

Se acercó a nosotros, y movió tanto el rabo que levantó una nube de arena y piedrecitas a su alrededor.

¡Claro!, ¡ya se! Pero, ¿qué había pasado? Sin duda, era Canelo, pero, ¡era tan grande! Y para él, nosotros debíamos parecer como hormiguas pequeñitas. ¿Cómo había pasado? Y lo más importante, ¿cómo lo íbamos a llevar a casa así? Claro, que para eso, teníamos que encontrar de nuevo la puerta redonda violeta, y no sabíamos dónde podía estar.

Nos pusimos a pensar, y mientras eso ocurría, Canelo quería jugar. Jugar a darnos lametones, a traernos un palo para que se lo tiráramos, a hacer un hoyo en el suelo para esconder una piedra. Pero claro, ahora era un perro gigante, y sus lametones nos dejaban empapados. Sus palitos eran troncos, y los hoyos, enormes socavones; ¡por no hablar de las piedras que pretendía esconder!

¡Esto tenía que acabar! Además, empezábamos a tener hambre y a estar cansados.

¿Y cómo podíamos salir de allí?

De pronto Canelo encontró algo muy apetitoso y se lo llevó a la boca. Empezó a hacer mucho ruido y a pasarse la comida de un lado a otro de la boca, jugando con ella. No me gustó lo que veía, así que me acerqué a él y le dije: “Canelo, Canelo bonito, come con la boca cerrada, y no juegues con la comida”. Parece que me entendió, y cerró la boca y comió despacio.

Mis amigos llamaron mi atención, y cuando me acerqué a ellos, los vi mirando una roca muy grande que no estaba allí antes y que tenía forma de puerta, ¡mi redonda puerta violeta! Pero en vez de malva y madera, era de granito, y esta vez estaba ya abierta, esperándonos.

Nos cogimos de nuevo de las manos, y rodeamos una de las enormes patas de Canelo. Caminamos todos juntos, y sin pensárnoslo mucho, atravesamos aquella roca en forma de puerta.

Y al abrir los ojos, ¡estábamos en el bosque de nuevo! ¡Y Canelo volvía a ser pequeño!

Mis amigos salieron corriendo, y yo también. Pero me detuve y me acerqué a la puerta violeta y redonda. Acerqué mi orejilla a ella, para poder escucharla, y en esta ocasión me dijo: “comer con la boca abierta es de mala educación; y jugar con la comida también”.

Desde luego, puerta bonita, puerta violeta, es una lección que nunca olvidaré.

Y así acabó la aventura de aquel día. Pero, ¿por qué un desierto? Porque creo que hacía poco que en clase nuestra profesora, doña Esmeralda, nos había hablado de ellos, y yo me quedé muy impresionada.


Llegamos al naranjo, y me despedía de mis amigos, no sin antes hacerles prometer que no contarían nada de nuestra aventura. Al fin y al cabo, seguía teniendo prohibido atravesar el río.

FIN

-¿Te ha gustado, Pez?
-Síiii. Porfa, ¡cuéntame otro cuento de la Princesa Colorines! 
-No, mi niño. Otro día. Tanto tú como todos nuestros niños queridos deben descansar ya. Si te sigues portando así de bien, pronto nos embarcamos en otra aventura de ella. ¿Conforme?
-Vale. Un besito Paz.
-Mil besos y un achuchón, Pez  




 

lunes, 15 de octubre de 2012

Un experimento

Yo te lo cuento y tú me lo pintas.

Este es el experimento que te propongo.



Imagina, crea un espacio, en tu mente, en el que los personajes cobren vida; y cuando esto suceda, intenta plasmar en un dibujo qué sensación te han transmitido. Puede ser una carita, puede ser un color, pueden ser formas sin forma. No importa. Hablamos de sensaciones.
 
Este experimento es tanto para niños como para grandes. La imaginación no tiene edad.
 
Bien, pues les propongo que conozcan a alguien muy especial para mi. De hecho, es la primera vez que sale de paseo, porque vive en una carpeta de mi ordenador desde hace más de tres años.
 
Es mi querida Princesa Colorines, y esta es una de sus aventuras. 

Te pido un favor: dale la manita, para que no pase miedo. El Pez Volador está a su lado, pero ella, seguro, estará encantada de contar con tu compañía y cariño.
 
LA PRINCESA COLORINES
Una aventura.
 
Soy la Princesa Colorines, y esta es una de mis historias.
 
Nací en un país multicolor, un día luminoso, y mis padres fueron el Rey Arco Iris y la Reina Rosa de Pitiminí.
 
Me llamaron Colorines, y de mi reino fui princesa.
 
Desde bien pequeña me gustaba ir a pasear por la hierba verde, nadar por el mar azul, y que acariciara mi rostro el sol amarillo.
 
A menudo, el tiempo pasaba volando, y llegaba al castillo con la cara muy coloradita, bien por pasear mucho, por nadar mucho o porque me diera mucho el sol.
 
Nuestra casa era muy grande, y me divertía correr por sus largos pasillos, subir y bajar sus empinadas escaleras, y trastear en su amplia cocina.
 
Teníamos un perro, llamado Canelo, que me acompañaba en todas mis aventuras. Donde estaba él, estaba yo. Y donde estaba yo, estaba él. Queríamos comernos el mundo, y aunque teníamos prohibido pasar más allá del río Claro, imaginábamos una y mil excursiones.
 
Mi árbol favorito era un naranjo, y bajo sus ramas dejaba libre mi mente, libre para volar, para pensar, para leer, para dibujar, para, para, para, para planear mi futuro.
 
Un día, Canelo y yo nos levantamos muy, muy temprano, y tras tomar el rico desayuno que nos preparó la cariñosa cocinera Blanca, salimos a dar nuestro paseo habitual, una vuelta alrededor de nuestro querido universo.
 
Le lancé una piedra a Canelo para que la fuera a recoger, y sin querer, puse más fuerza de lo normal en el tiro, y la piedra cayó al otro lado del río, en la orilla que teníamos prohibida. Mi perro, que de eso no entendía, cruzó a nado las aguas cristalinas, y llegó al otro lado, donde estaba la piedra. Cuando la cogió, me miró, y siguió corriendo, no hacia donde yo estaba, sino hacia el bosque.
 
Muy disgustada, y asustada, le llamé, ¡Canelo, ven!, ¡Canelo, toma, mira! ¡Canelo, Canelo, vuelve, por favor! Pero él ni vino, ni tomó, ni miró, ni volvió. Simplemente, desapareció. Así que me armé de valor, me tragué el miedo, y atravesé el río. Había visto a mi perro correr en una dirección, y hacia allí me dirigí.
 
Llegué hasta un claro, donde había una puerta.
 
 
¡Sí, una puerta en medio de un espacio sin plantas ni animales!
 
 
Una puerta redonda y violeta; una puerta que se abrió cuando me acerqué. Una puerta que no me dejaba ver lo que había al otro lado, pero que me permitía escuchar los ladridos de mi perro.
 
Así que sin pensármelo demasiado, cerré los ojos, di un salto, y confié en la buena suerte.
 
Cuando abrí mis ojos, no podía creer lo que veía.
 
Lo primero que hice fue dar la vuelta, y allí estaba la puerta. Pero cerrada, y seguía siendo redonda, pero ya no era violeta, sino gris oscuro. En realidad, todo a mi alrededor tenía unos colores muy limitados, del blanco al negro, pasando por una escala de grises.
 
Y lo más raro es que ya no estaba en el bosque, sino en medio de algo parecido a una ciudad. Y digo parecido porque no conozco ninguna, nunca había abandonado mi reino, y las únicas referencias que tenía son la de los libros que me lee mi mamá, o los periódicos que me lee mi papá.
 
¡Así que esto es una ciudad! Gris por aquí, gris por allí. Raro, muy raro. Un coche, una farola, un edificio. ¿Por qué tiene que ser todo tan feo?; ¿tan triste? En mi imaginación, las ciudades eran luminosas, llenas de colores vivos, emocionantes. Sin embargo no era así.
 
No se por qué, pero me sentí triste. Además, mi vestido era ahora gris, mi pelo era gris, mi piel era gris, todo a mí alrededor era gris. Creo que hasta mi corazón era gris.
 
Pero, ¿por qué estoy aquí?, pensé. ¡Ah, sí!, para buscar a Canelo. Por cierto, no lo veía, pero lo estaba escuchando. ¡Canelo!, ¿Canelo, dónde estás?, grité.
 
Ahora que lo pienso, ¿cómo lo iba a reconocer?; porque ahora no era marrón, sería gris. Y todo el mundo sabe que todos los perros grises son iguales. Espero que él si supiera reconocerme a mi.
 
Lo seguía oyendo, pero seguía sin ver esos ojitos que tanto me gustan. Seguí mi instinto, y me dirigí a un parque gris, donde había mucha gente gris, y donde los niños grises jugaban con sus padres grises. Y allí, en medio, ¡estaba Canelo! O al menos se le parecía mucho. Sí, él también era gris, pero su rabito, sus orejitas, sus patas, ¡son tan peculiares!
 
Me acerqué, y cuando ya estaba casi a su lado, él se giró, y se me acercó a toda prisa, me olió. Dio una vuelta alrededor mía, y me volvió a oler. ¿No me reconocía? Qué raro, porque Canelo siempre que me ve no para de saltar y llamar mi atención. Y si me quedaban dudas de si era él o no, sí, tenía su chapita al cuello, aquella que le puse cuando nos conocimos. Esa en la que está escrito su nombre: CANELO DE IRIS Y PITIMINÍ.
 
Cuando estaba a punto de echarme a llorar, él me dio uno de sus besos en las manos, y al hacerlo, es como si hubiese reconocido el sabor. Sí, ¡soy yo, Canelo! Entonces él se comportó como el Canelo de siempre.
 
Pero, ¿por qué tardó tanto en reconocerme? ¿Por qué lo hizo sólo cuando me probó, cuando me dio un beso?
 
Ah, ya se. Bueno, creo. Es algo de lo que me había ido dando cuenta a lo largo de ese extraño día, desde que llegué a ese lugar. Esta ciudad no tiene olor. Sólo ruido y colores grises. El mar no olía; el puesto de perritos calientes no olía; los coches no olían. Por lo tanto, yo no tenía olor tampoco. Por lo tanto, mi perro no me pudo reconocer con su olfato. Por lo tanto, tuvo que recurrir a su sentido del gusto para saber que era yo.
 
Bueno, ya estábamos juntos de nuevo, y nuestro objetivo era llegar a la puerta de nuevo, aquella redonda, antes violeta y ahora gris. Llegar a ella para irnos a casa cuanto antes. Echaba de menos a mi mamá y a mi papá. Y la verdad, el miedo y el disgusto me habían abierto el apetito. ¡Qué hambre!

Caminamos y caminamos, y llegamos hasta el lugar, hasta la redonda puerta gris.
 
Pero, ¿dónde está el pomo? Claro, no me había fijado porque cuando me acerqué a ella, al otro lado, se abrió sola. Así que yo sólo tuve que pasar, atravesarla. Entonces, ¿qué haríamos? ¡Me quería ir!
 
Pensé en tirarle algo. Pensé en romperla con algo. Ay, pero tanto pensar me cansó, así que me senté, y apoyé la espalda en la redonda puerta gris. Canelo me miraba, y se sentó también, y después se tumbó, y después puso su cabeza en mis piernas, y después esperó a que se me ocurriera algo.
 
Así que tuve que seguir pensando. Y pensando, pensando, uno de mis pensamientos se me escapó, y lo dije en voz alta: “Puerta, puertita bonita, ábrete para que me pueda ir a casa. Puertita guapa, por favor, deja que me vaya de aquí”.
 
Y entonces, ¡la puerta se abrió!
 
¿Qué había pasado? No sabía por qué, ni cómo, pero me encontré de repente al otro lado, con Canelo a mi lado, y delante de la redonda puerta, ¡Violeta! Sí, todo a mi alrededor volvía a ser de colores. El río Claro, la hierba verde, el sol amarillo. ¡Qué alegría!
 
Pero, ¿cómo había llegado hasta allí?; ¿cómo había conseguido traspasar la puerta? Me acerqué a ella, despacito, con respeto, y sin saber muy bien por qué, pegué mi oreja a la madera, y una voz muy agradable, muy suave, me dijo al oído: “todo sale bien cuando las cosas se piden por favor”.
 
Desde luego, puerta bonita, puerta violeta, es una lección que nunca olvidaré.
 
Y corriendo, Canelo y yo, pasamos al otro lado del río, nos secamos deprisa, y nos fuimos a casa, a comer, a descansar, y a preparar la siguiente aventura.

FIN
 
¿Como se imaginan a la Princesa Colorines?; ¿y a Canelo? Prueben a dibujarlos, ustedes, o sus niños queridos.

¿Juegan conmigo? Venga, espero sus obras de arte.
 
¡¡Buena semana, amigos!!