Ya sé que te he tenido un poco abandonado. Cualquier excusa que te de será eso, una excusa. He estado bastante liada, y me han faltado horas en el día. Pero sabes, parece que poco a poco voy recuperando la gestión del tiempo.
Suena hasta mágico. A ver, "Paz y su varita del tiempo".
Jajajajaja, no me mires así, que no hace falta que tus ojos me recuerden que estoy algo loquilla.
En fin, que aquí me tienes, que espero volver a dedicarte el tiempo que te mereces, y, sobre todo, paciencia, porque tengo muuuuuchas cosas que contarte.
Para pedirte perdón a mi manera, te voy a contar una nueva aventura de la Princesa Colorines y debes estar muy atento, porque en esta ocasión, la sorpresa que se lleva nuestra querida amiga va a ser muy pero que muy especial.
Bueno, ponte cómodo y disfruta:
Mi hermanito.
Hola, soy la Princesa
Colorines , y ésta es una de mis historias.
Madre mía, madre mía, qué
contenta estoy hoy. Ha ocurrido algo fantástico, y estoy muy emocionada. Pero
antes de contarles de qué se trata, les haré saber cómo me enteré.
Volvía como cada tarde de la
escuela. Por el camino se habían ido quedando mis amigos, cada uno en sus
casas, y el último tramo lo tenía que hacer sola, como siempre. Pero como
siempre también mi pequeño Canelo me esperaba para que no caminara sola, y
sobre todo, para que no me pasara nada. Él me cuidaba y me protegía.
Pero el muy pillo me esperaba en
lugares distintos. Una vez, detrás de una piedra. Otra vez, detrás de un
arbusto. Otra vez, en la curva del río. Y hoy, ¡menudo susto me dio! Se había
subido a un pequeño árbol, y esperó hasta que pasé por debajo. Entonces se
abalanzó sobre mí, y vino a caer en mis brazos.
Cuando se me pasó el susto, y vi
que lo que me había caído del cielo era mi perro, lo abracé muy fuerte, y él
respondió a mi gesto un una mirada pícara.
Le dije: “Bueno Canelo, andando,
que tengo ganas de llegar a casa y merendar”.
El perro me dijo: “Guau, guau”.
Sin previo aviso, sin esperarlo
ninguno de los dos, cuando nos dimos la vuelta y empezábamos a caminar hacia
casa, nos tropezamos y caímos directamente en el hueco de la Puerta Violeta,
que resultó estar abierta de par en par. Así que esta vez no elegimos entrar,
sino que lo hicimos de manera involuntaria.
¿Sería distinto?; ¿nos
encontraríamos algo aún más extraño que las últimas veces? Y ahora que lo
pienso, ¿por qué estaba la puerta abierta?; ¿acaso entró alguien antes que
Canelo y yo? Ay, ay, ay, cuantas preguntas sin respuesta.
¡CANELOOO!, ¡Canelo, dónde estás!
Ya empezaba la aventura. Mi perro había desaparecido.
Pero, ¿y dónde estoy esta vez? Al
menos no hace frío, ni calor tampoco. Se está bien. Abro los ojos, y lo veo
todo rojo. Muy rojo. Es como si estuviera en una especie de río, en el que el
agua es roja. Un río que discurre por un túnel. Y el túnel tiene también las
paredes rojas. Aunque se ven otros túneles, esta vez azules Y, ¿Qué es eso blanco
y duro? ¿Son otros pasadizos? No, no lo parece, porque no da la impresión que
corra agua por dentro. Me recuerdan a los troncos de los árboles del jardín.
Altos, blancos, duros.
Sigo nadando, muy tranquila. Es una
sensación extraña. Me siento como en casa, muy bien. Es como si de alguna
manera ya hubiera estado aquí. Pero no me suena, ni creo haber soñado con este
sitio tampoco. Pero me siento bien.
Mientras nado, noto algo cerca de
mí. No estoy sola. Será Canelo, pero quién sabe en qué se habrá convertido en
este viaje. Siento algo de miedo, de incertidumbre. Por eso, aunque sigo
escuchando un chapoteo que no es el mío, no quiero darme la vuelta. ¿Y si es
algo peligroso?
De repente, algo, o alguien me
toca en el hombro. ¡No quiero mirar! Canelo, ¿eres tú? No, creo que no. Me
tapan los ojos con dos manos, y el miedo me invade. Y un susurro me llega al
oído: “Sorpresa”.
¡Papá!, ¡eres tú!
Y me dio un abrazo fuerte.
Claro que soy yo, ¿quién creías
que era?, me dijo sonriendo.
No lo sé, pensé que podría ser
Canelo, porque ha desaparecido, y no sé dónde está. Además, siempre que
atravieso la Puerta Violeta estoy sola en mi aventura. Bueno, sola con Canelo,
que siempre acaba apareciendo. Por cierto, la próxima vez, ¡cierra la Puerta
Violeta! Estaba abierta de par en par y nos hemos tropezado y caído dentro
Canelo y yo. ¿Y si no hubiésemos sido nosotros?
Ay, papá, papá.
Por cierto, papi, ¿dónde estamos?
No lo sé, hija mía, me dijo entre
sorprendido por mi bronca y divertido por encontrarme. No he visto tampoco a
Canelo. Pero tengo una ligera sospecha. Todos estos túneles, rojos y azules.
Éste río rojo. Esas paredes blancas.
Cariño, me dijo, ¿has estudiado
Anatomía en el cole?
Pues claro, papá, además, en el
último examen saqué un 9. ¿Por qué lo dices? Le pregunté yo.
Y él, señalando alrededor, me
hizo este comentario: ¿Nada de esto te suena?, ¿no te resulta familiar?
Yo le dije que me sentía extraña
desde que me caí al interior de la Puerta Violeta. Rara porque es como si ya
conociera cada recoveco de esta especie de río, como si hubiera vivido aquí.
Y fue cuando mi padre me dijo:
“tengo la ligera sospecha de que estamos en el interior de una persona.
Estamos, pienso, dentro de las venas de esta persona, y por eso este río es
rojo. Por eso vemos esas cosas blancas, que supongo que serán huesos. Y por eso
estos túneles tienen dos colores, rojo y azul, porque son venas y arterias.
¿Estás de acuerdo conmigo?
Anda, papá, ¡cuánta razón tienes!
Pero, ¿y dentro de quién?
Nos agarramos bien de la mano, y
nadamos juntos, tranquilos. No podía dejar de mirar a mi padre. ¡Me sentía tan
contenta de compartir esta experiencia con él! Y él parecía sentirse orgulloso
de tenerme su lado.
De pronto escuchamos a Canelo
ladrar. Pero no era un sonido de enfado, sino más bien de todo lo contrario.
Era la especie de ladrido que empleaba cuando quería jugar, cuando llamaba a
alguien para que le prestara atención, para que le miraran mientras hacía
alguna de las suyas. Pero, ¿y a quién le ladraba?, ¿había alguien más en este
cuerpo?
Mi padre y yo nos miramos, y nos
pusimos a nadar de forma más rápida hacia donde parecía que se estaba produciendo
el pequeño alboroto canino.
Nadamos y nadamos, y cada vez
escuchábamos más cerca a nuestro perro.
¡Mira papá, parece que ahí hay un
poco más de luz!, ¡es como si se abriera una ventana!
Hicimos un último esfuerzo, y al
doblar el último recodo, lo vimos.
Nos quedamos parados. De repente
no nos respondían las piernas, y me agarré fuerte a mi padre, porque no sabía
exactamente qué estaba viendo.
Entonces Canelo nos vio, y vino
corriendo hasta nosotros. Saltó encima de mí, y me dio tantos besos como pudo.
Yo estaba muy contenta por haberlo encontrado, y sobre todo, porque esta vez
era él, no un pequeño monstruito fruto de la imaginación de la Puerta Violeta.
Sí, contenta, pero boquiabierta. Mientras agarraba a Canelo no podía dejar de
mirar hacia aquello.
Canelo pareció que entendió mi
miedo, así que ya en el suelo, me daba empujoncitos con su morrito en mis
piernas, y de esa manera pude ir dando pasito tras pasito.
Lo que teníamos delante era como
una gran bolsa del plástico más fino del mundo, conectado a través de un tubo
con las paredes de más arriba. Ese tubo era como el enlace con el exterior de
un ser que habitaba dentro del saquito. Un ser, una personita, pequeña, con sus
bracitos, sus manitas, sus ojitos. ¡Esos ojos nos estaban mirando, y esa boquita
nos sonreía a mi padre y a mí! Y Canelo se acercó, y ladró nervioso otra vez,
quería jugar con aquella pequeña persona.
Hacía un rato que no escuchaba a
mi padre, y cuando levanté la cara para ver qué pasaba, vi que estaba llorando.
Se acercó despacito hacia nuestro descubrimiento, y puso su mano sobre su
cabecita. Cuando lo hizo me miró, y me dijo que me acercara, que quería que
conociera a la persona que tanto me miraba y que quería jugar con mi perro.
Cariño, éste es tu hermano.
Bueno, aún no ha nacido. Verás, ¿te acuerdas que antes te dije que creía que
estábamos dentro de un cuerpo humano? Pues el cuerpo es el de tu mamá.
Ah, papá, ahora lo entiendo todo.
Ahora ya me explico por qué esto me sonaba tanto. Claro, yo ya había estado
aquí.
Bueno, me dijo papá, es hora de
marcharnos. El pequeño debe descansar, y tu mamá también. Así que Canelo,
vamos, que tenemos que encontrar nuestra Puerta Violeta.
Esta vez no caminamos mucho, ni
tuvimos que buscar demasiado. Mientras le decíamos adiós a mi hermanito,
atravesamos aquella cueva, y sin saber muy bien cómo, nos encontramos los tres,
papá, Canelo y yo, en mi habitación.
Estaba muy nerviosa, y salí
corriendo, como una locuela, a buscar a mi mamá. Cuando la encontré, tendida en
su cama, leyendo un libro, la abracé fuerte, muy fuerte, y le di un beso, y
otro beso más, y le dije al oído; ¡Gracias!.
Ella me miró, y miró a mi padre,
y dijo: ¡Ah, papi, ya se lo has dicho, ¿verdad?! Pues sí, mi tesoro, voy a
tener un bebé, vas a tener un hermanito. O una hermanita. Y me vas a tener que
ayudar mucho, sobre todo, a buscar un nombre bonito para él o para ella. ¿Qué
te parece?
Y yo le dije: “me gustaría que
fuera un niño, y que se llamara Colorín Colorado. Y mamá, no te preocupes de
nada, porque ya lo quiero, y ya estoy deseando volver a verle”.
¿Volver a verle?, me preguntó
extrañada mamá.
Y yo me eché a reír a carcajadas.
Y antes de salir por la puerta, y guiñarle un ojo a papá, le dije a mamá. ¡En
qué estaría yo pensando! ¡Te quiero mamá, me voy a jugar al jardín!
Cierra la boca, mi Pez, jejejjeje, ¡¡que aun tienes carita de sorpresa!!
¿Te ha gustado?
Vale, no hace falta que me digas nada. Espero que próximamente vuelvas a dirigirme una aleta, y me hayas perdonado por mis ausencias.
Un besito grande y salado para ti, y cientos de ellos para nuestros niños queridos.
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