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miércoles, 6 de mayo de 2015

Nuevo compañero de juegos

Hola mi pequeño Pez.

Ya sé que te he tenido un poco abandonado. Cualquier excusa que te de será eso, una excusa. He estado bastante liada, y me han faltado horas en el día. Pero sabes, parece que poco a poco voy recuperando la gestión del tiempo.

Suena hasta mágico. A ver, "Paz y su varita del tiempo".

Jajajajaja, no me mires así, que no hace falta que tus ojos me recuerden que estoy algo loquilla.

En fin, que aquí me tienes, que espero volver a dedicarte el tiempo que te mereces, y, sobre todo, paciencia, porque tengo muuuuuchas cosas que contarte.

Para pedirte perdón a mi manera, te voy a contar una nueva aventura de la Princesa Colorines y debes estar muy atento, porque en esta ocasión, la sorpresa que se lleva nuestra querida amiga va a ser muy pero que muy especial.

Bueno, ponte cómodo y disfruta:

LA PRINCESA COLORINES
Mi hermanito.

Hola, soy la Princesa Colorines, y ésta es una de mis historias.

Madre mía, madre mía, qué contenta estoy hoy. Ha ocurrido algo fantástico, y estoy muy emocionada. Pero antes de contarles de qué se trata, les haré saber cómo me enteré.

Volvía como cada tarde de la escuela. Por el camino se habían ido quedando mis amigos, cada uno en sus casas, y el último tramo lo tenía que hacer sola, como siempre. Pero como siempre también mi pequeño Canelo me esperaba para que no caminara sola, y sobre todo, para que no me pasara nada. Él me cuidaba y me protegía.

Pero el muy pillo me esperaba en lugares distintos. Una vez, detrás de una piedra. Otra vez, detrás de un arbusto. Otra vez, en la curva del río. Y hoy, ¡menudo susto me dio! Se había subido a un pequeño árbol, y esperó hasta que pasé por debajo. Entonces se abalanzó sobre mí, y vino a caer en mis brazos.

Cuando se me pasó el susto, y vi que lo que me había caído del cielo era mi perro, lo abracé muy fuerte, y él respondió a mi gesto un una mirada pícara.

Le dije: “Bueno Canelo, andando, que tengo ganas de llegar a casa y merendar”.

El perro me dijo: “Guau, guau”.

Sin previo aviso, sin esperarlo ninguno de los dos, cuando nos dimos la vuelta y empezábamos a caminar hacia casa, nos tropezamos y caímos directamente en el hueco de la Puerta Violeta, que resultó estar abierta de par en par. Así que esta vez no elegimos entrar, sino que lo hicimos de manera involuntaria.

¿Sería distinto?; ¿nos encontraríamos algo aún más extraño que las últimas veces? Y ahora que lo pienso, ¿por qué estaba la puerta abierta?; ¿acaso entró alguien antes que Canelo y yo? Ay, ay, ay, cuantas preguntas sin respuesta.

¡CANELOOO!, ¡Canelo, dónde estás! Ya empezaba la aventura. Mi perro había desaparecido.

Pero, ¿y dónde estoy esta vez? Al menos no hace frío, ni calor tampoco. Se está bien. Abro los ojos, y lo veo todo rojo. Muy rojo. Es como si estuviera en una especie de río, en el que el agua es roja. Un río que discurre por un túnel. Y el túnel tiene también las paredes rojas. Aunque se ven otros túneles, esta vez azules Y, ¿Qué es eso blanco y duro? ¿Son otros pasadizos? No, no lo parece, porque no da la impresión que corra agua por dentro. Me recuerdan a los troncos de los árboles del jardín. Altos, blancos, duros.

Sigo nadando, muy tranquila. Es una sensación extraña. Me siento como en casa, muy bien. Es como si de alguna manera ya hubiera estado aquí. Pero no me suena, ni creo haber soñado con este sitio tampoco. Pero me siento bien.

Mientras nado, noto algo cerca de mí. No estoy sola. Será Canelo, pero quién sabe en qué se habrá convertido en este viaje. Siento algo de miedo, de incertidumbre. Por eso, aunque sigo escuchando un chapoteo que no es el mío, no quiero darme la vuelta. ¿Y si es algo peligroso?

De repente, algo, o alguien me toca en el hombro. ¡No quiero mirar! Canelo, ¿eres tú? No, creo que no. Me tapan los ojos con dos manos, y el miedo me invade. Y un susurro me llega al oído: “Sorpresa”.

¡Papá!, ¡eres tú!

Y me dio un abrazo fuerte.

Claro que soy yo, ¿quién creías que era?, me dijo sonriendo.

No lo sé, pensé que podría ser Canelo, porque ha desaparecido, y no sé dónde está. Además, siempre que atravieso la Puerta Violeta estoy sola en mi aventura. Bueno, sola con Canelo, que siempre acaba apareciendo. Por cierto, la próxima vez, ¡cierra la Puerta Violeta! Estaba abierta de par en par y nos hemos tropezado y caído dentro Canelo y yo. ¿Y si no hubiésemos sido nosotros?

Ay, papá, papá.

Por cierto, papi, ¿dónde estamos?

No lo sé, hija mía, me dijo entre sorprendido por mi bronca y divertido por encontrarme. No he visto tampoco a Canelo. Pero tengo una ligera sospecha. Todos estos túneles, rojos y azules. Éste río rojo. Esas paredes blancas.

Cariño, me dijo, ¿has estudiado Anatomía en el cole?

Pues claro, papá, además, en el último examen saqué un 9. ¿Por qué lo dices? Le pregunté yo.

Y él, señalando alrededor, me hizo este comentario: ¿Nada de esto te suena?, ¿no te resulta familiar?

Yo le dije que me sentía extraña desde que me caí al interior de la Puerta Violeta. Rara porque es como si ya conociera cada recoveco de esta especie de río, como si hubiera vivido aquí.

Y fue cuando mi padre me dijo: “tengo la ligera sospecha de que estamos en el interior de una persona. Estamos, pienso, dentro de las venas de esta persona, y por eso este río es rojo. Por eso vemos esas cosas blancas, que supongo que serán huesos. Y por eso estos túneles tienen dos colores, rojo y azul, porque son venas y arterias. ¿Estás de acuerdo conmigo?

Anda, papá, ¡cuánta razón tienes! Pero, ¿y dentro de quién?

Nos agarramos bien de la mano, y nadamos juntos, tranquilos. No podía dejar de mirar a mi padre. ¡Me sentía tan contenta de compartir esta experiencia con él! Y él parecía sentirse orgulloso de tenerme su lado.

De pronto escuchamos a Canelo ladrar. Pero no era un sonido de enfado, sino más bien de todo lo contrario. Era la especie de ladrido que empleaba cuando quería jugar, cuando llamaba a alguien para que le prestara atención, para que le miraran mientras hacía alguna de las suyas. Pero, ¿y a quién le ladraba?, ¿había alguien más en este cuerpo?

Mi padre y yo nos miramos, y nos pusimos a nadar de forma más rápida hacia donde parecía que se estaba produciendo el pequeño alboroto canino.

Nadamos y nadamos, y cada vez escuchábamos más cerca a nuestro perro.

¡Mira papá, parece que ahí hay un poco más de luz!, ¡es como si se abriera una ventana!

Hicimos un último esfuerzo, y al doblar el último recodo, lo vimos.

Nos quedamos parados. De repente no nos respondían las piernas, y me agarré fuerte a mi padre, porque no sabía exactamente qué estaba viendo.

Entonces Canelo nos vio, y vino corriendo hasta nosotros. Saltó encima de mí, y me dio tantos besos como pudo. Yo estaba muy contenta por haberlo encontrado, y sobre todo, porque esta vez era él, no un pequeño monstruito fruto de la imaginación de la Puerta Violeta. Sí, contenta, pero boquiabierta. Mientras agarraba a Canelo no podía dejar de mirar hacia aquello.

Canelo pareció que entendió mi miedo, así que ya en el suelo, me daba empujoncitos con su morrito en mis piernas, y de esa manera pude ir dando pasito tras pasito.

Lo que teníamos delante era como una gran bolsa del plástico más fino del mundo, conectado a través de un tubo con las paredes de más arriba. Ese tubo era como el enlace con el exterior de un ser que habitaba dentro del saquito. Un ser, una personita, pequeña, con sus bracitos, sus manitas, sus ojitos. ¡Esos ojos nos estaban mirando, y esa boquita nos sonreía a mi padre y a mí! Y Canelo se acercó, y ladró nervioso otra vez, quería jugar con aquella pequeña persona.

Hacía un rato que no escuchaba a mi padre, y cuando levanté la cara para ver qué pasaba, vi que estaba llorando. Se acercó despacito hacia nuestro descubrimiento, y puso su mano sobre su cabecita. Cuando lo hizo me miró, y me dijo que me acercara, que quería que conociera a la persona que tanto me miraba y que quería jugar con mi perro.

Cariño, éste es tu hermano. Bueno, aún no ha nacido. Verás, ¿te acuerdas que antes te dije que creía que estábamos dentro de un cuerpo humano? Pues el cuerpo es el de tu mamá.

Ah, papá, ahora lo entiendo todo. Ahora ya me explico por qué esto me sonaba tanto. Claro, yo ya había estado aquí.

Bueno, me dijo papá, es hora de marcharnos. El pequeño debe descansar, y tu mamá también. Así que Canelo, vamos, que tenemos que encontrar nuestra Puerta Violeta.

Esta vez no caminamos mucho, ni tuvimos que buscar demasiado. Mientras le decíamos adiós a mi hermanito, atravesamos aquella cueva, y sin saber muy bien cómo, nos encontramos los tres, papá, Canelo y yo, en mi habitación.

Estaba muy nerviosa, y salí corriendo, como una locuela, a buscar a mi mamá. Cuando la encontré, tendida en su cama, leyendo un libro, la abracé fuerte, muy fuerte, y le di un beso, y otro beso más, y le dije al oído; ¡Gracias!.

Ella me miró, y miró a mi padre, y dijo: ¡Ah, papi, ya se lo has dicho, ¿verdad?! Pues sí, mi tesoro, voy a tener un bebé, vas a tener un hermanito. O una hermanita. Y me vas a tener que ayudar mucho, sobre todo, a buscar un nombre bonito para él o para ella. ¿Qué te parece?

Y yo le dije: “me gustaría que fuera un niño, y que se llamara Colorín Colorado. Y mamá, no te preocupes de nada, porque ya lo quiero, y ya estoy deseando volver a verle”.

¿Volver a verle?, me preguntó extrañada mamá.

Y yo me eché a reír a carcajadas. Y antes de salir por la puerta, y guiñarle un ojo a papá, le dije a mamá. ¡En qué estaría yo pensando! ¡Te quiero mamá, me voy a jugar al jardín!

Cierra la boca, mi Pez, jejejjeje, ¡¡que aun tienes carita de sorpresa!!

¿Te ha gustado?

Vale, no hace falta que me digas nada. Espero que próximamente vuelvas a dirigirme una aleta, y me hayas perdonado por mis ausencias.

Un besito grande y salado para ti, y cientos de ellos para nuestros niños queridos.



lunes, 15 de octubre de 2012

Un experimento

Yo te lo cuento y tú me lo pintas.

Este es el experimento que te propongo.



Imagina, crea un espacio, en tu mente, en el que los personajes cobren vida; y cuando esto suceda, intenta plasmar en un dibujo qué sensación te han transmitido. Puede ser una carita, puede ser un color, pueden ser formas sin forma. No importa. Hablamos de sensaciones.
 
Este experimento es tanto para niños como para grandes. La imaginación no tiene edad.
 
Bien, pues les propongo que conozcan a alguien muy especial para mi. De hecho, es la primera vez que sale de paseo, porque vive en una carpeta de mi ordenador desde hace más de tres años.
 
Es mi querida Princesa Colorines, y esta es una de sus aventuras. 

Te pido un favor: dale la manita, para que no pase miedo. El Pez Volador está a su lado, pero ella, seguro, estará encantada de contar con tu compañía y cariño.
 
LA PRINCESA COLORINES
Una aventura.
 
Soy la Princesa Colorines, y esta es una de mis historias.
 
Nací en un país multicolor, un día luminoso, y mis padres fueron el Rey Arco Iris y la Reina Rosa de Pitiminí.
 
Me llamaron Colorines, y de mi reino fui princesa.
 
Desde bien pequeña me gustaba ir a pasear por la hierba verde, nadar por el mar azul, y que acariciara mi rostro el sol amarillo.
 
A menudo, el tiempo pasaba volando, y llegaba al castillo con la cara muy coloradita, bien por pasear mucho, por nadar mucho o porque me diera mucho el sol.
 
Nuestra casa era muy grande, y me divertía correr por sus largos pasillos, subir y bajar sus empinadas escaleras, y trastear en su amplia cocina.
 
Teníamos un perro, llamado Canelo, que me acompañaba en todas mis aventuras. Donde estaba él, estaba yo. Y donde estaba yo, estaba él. Queríamos comernos el mundo, y aunque teníamos prohibido pasar más allá del río Claro, imaginábamos una y mil excursiones.
 
Mi árbol favorito era un naranjo, y bajo sus ramas dejaba libre mi mente, libre para volar, para pensar, para leer, para dibujar, para, para, para, para planear mi futuro.
 
Un día, Canelo y yo nos levantamos muy, muy temprano, y tras tomar el rico desayuno que nos preparó la cariñosa cocinera Blanca, salimos a dar nuestro paseo habitual, una vuelta alrededor de nuestro querido universo.
 
Le lancé una piedra a Canelo para que la fuera a recoger, y sin querer, puse más fuerza de lo normal en el tiro, y la piedra cayó al otro lado del río, en la orilla que teníamos prohibida. Mi perro, que de eso no entendía, cruzó a nado las aguas cristalinas, y llegó al otro lado, donde estaba la piedra. Cuando la cogió, me miró, y siguió corriendo, no hacia donde yo estaba, sino hacia el bosque.
 
Muy disgustada, y asustada, le llamé, ¡Canelo, ven!, ¡Canelo, toma, mira! ¡Canelo, Canelo, vuelve, por favor! Pero él ni vino, ni tomó, ni miró, ni volvió. Simplemente, desapareció. Así que me armé de valor, me tragué el miedo, y atravesé el río. Había visto a mi perro correr en una dirección, y hacia allí me dirigí.
 
Llegué hasta un claro, donde había una puerta.
 
 
¡Sí, una puerta en medio de un espacio sin plantas ni animales!
 
 
Una puerta redonda y violeta; una puerta que se abrió cuando me acerqué. Una puerta que no me dejaba ver lo que había al otro lado, pero que me permitía escuchar los ladridos de mi perro.
 
Así que sin pensármelo demasiado, cerré los ojos, di un salto, y confié en la buena suerte.
 
Cuando abrí mis ojos, no podía creer lo que veía.
 
Lo primero que hice fue dar la vuelta, y allí estaba la puerta. Pero cerrada, y seguía siendo redonda, pero ya no era violeta, sino gris oscuro. En realidad, todo a mi alrededor tenía unos colores muy limitados, del blanco al negro, pasando por una escala de grises.
 
Y lo más raro es que ya no estaba en el bosque, sino en medio de algo parecido a una ciudad. Y digo parecido porque no conozco ninguna, nunca había abandonado mi reino, y las únicas referencias que tenía son la de los libros que me lee mi mamá, o los periódicos que me lee mi papá.
 
¡Así que esto es una ciudad! Gris por aquí, gris por allí. Raro, muy raro. Un coche, una farola, un edificio. ¿Por qué tiene que ser todo tan feo?; ¿tan triste? En mi imaginación, las ciudades eran luminosas, llenas de colores vivos, emocionantes. Sin embargo no era así.
 
No se por qué, pero me sentí triste. Además, mi vestido era ahora gris, mi pelo era gris, mi piel era gris, todo a mí alrededor era gris. Creo que hasta mi corazón era gris.
 
Pero, ¿por qué estoy aquí?, pensé. ¡Ah, sí!, para buscar a Canelo. Por cierto, no lo veía, pero lo estaba escuchando. ¡Canelo!, ¿Canelo, dónde estás?, grité.
 
Ahora que lo pienso, ¿cómo lo iba a reconocer?; porque ahora no era marrón, sería gris. Y todo el mundo sabe que todos los perros grises son iguales. Espero que él si supiera reconocerme a mi.
 
Lo seguía oyendo, pero seguía sin ver esos ojitos que tanto me gustan. Seguí mi instinto, y me dirigí a un parque gris, donde había mucha gente gris, y donde los niños grises jugaban con sus padres grises. Y allí, en medio, ¡estaba Canelo! O al menos se le parecía mucho. Sí, él también era gris, pero su rabito, sus orejitas, sus patas, ¡son tan peculiares!
 
Me acerqué, y cuando ya estaba casi a su lado, él se giró, y se me acercó a toda prisa, me olió. Dio una vuelta alrededor mía, y me volvió a oler. ¿No me reconocía? Qué raro, porque Canelo siempre que me ve no para de saltar y llamar mi atención. Y si me quedaban dudas de si era él o no, sí, tenía su chapita al cuello, aquella que le puse cuando nos conocimos. Esa en la que está escrito su nombre: CANELO DE IRIS Y PITIMINÍ.
 
Cuando estaba a punto de echarme a llorar, él me dio uno de sus besos en las manos, y al hacerlo, es como si hubiese reconocido el sabor. Sí, ¡soy yo, Canelo! Entonces él se comportó como el Canelo de siempre.
 
Pero, ¿por qué tardó tanto en reconocerme? ¿Por qué lo hizo sólo cuando me probó, cuando me dio un beso?
 
Ah, ya se. Bueno, creo. Es algo de lo que me había ido dando cuenta a lo largo de ese extraño día, desde que llegué a ese lugar. Esta ciudad no tiene olor. Sólo ruido y colores grises. El mar no olía; el puesto de perritos calientes no olía; los coches no olían. Por lo tanto, yo no tenía olor tampoco. Por lo tanto, mi perro no me pudo reconocer con su olfato. Por lo tanto, tuvo que recurrir a su sentido del gusto para saber que era yo.
 
Bueno, ya estábamos juntos de nuevo, y nuestro objetivo era llegar a la puerta de nuevo, aquella redonda, antes violeta y ahora gris. Llegar a ella para irnos a casa cuanto antes. Echaba de menos a mi mamá y a mi papá. Y la verdad, el miedo y el disgusto me habían abierto el apetito. ¡Qué hambre!

Caminamos y caminamos, y llegamos hasta el lugar, hasta la redonda puerta gris.
 
Pero, ¿dónde está el pomo? Claro, no me había fijado porque cuando me acerqué a ella, al otro lado, se abrió sola. Así que yo sólo tuve que pasar, atravesarla. Entonces, ¿qué haríamos? ¡Me quería ir!
 
Pensé en tirarle algo. Pensé en romperla con algo. Ay, pero tanto pensar me cansó, así que me senté, y apoyé la espalda en la redonda puerta gris. Canelo me miraba, y se sentó también, y después se tumbó, y después puso su cabeza en mis piernas, y después esperó a que se me ocurriera algo.
 
Así que tuve que seguir pensando. Y pensando, pensando, uno de mis pensamientos se me escapó, y lo dije en voz alta: “Puerta, puertita bonita, ábrete para que me pueda ir a casa. Puertita guapa, por favor, deja que me vaya de aquí”.
 
Y entonces, ¡la puerta se abrió!
 
¿Qué había pasado? No sabía por qué, ni cómo, pero me encontré de repente al otro lado, con Canelo a mi lado, y delante de la redonda puerta, ¡Violeta! Sí, todo a mi alrededor volvía a ser de colores. El río Claro, la hierba verde, el sol amarillo. ¡Qué alegría!
 
Pero, ¿cómo había llegado hasta allí?; ¿cómo había conseguido traspasar la puerta? Me acerqué a ella, despacito, con respeto, y sin saber muy bien por qué, pegué mi oreja a la madera, y una voz muy agradable, muy suave, me dijo al oído: “todo sale bien cuando las cosas se piden por favor”.
 
Desde luego, puerta bonita, puerta violeta, es una lección que nunca olvidaré.
 
Y corriendo, Canelo y yo, pasamos al otro lado del río, nos secamos deprisa, y nos fuimos a casa, a comer, a descansar, y a preparar la siguiente aventura.

FIN
 
¿Como se imaginan a la Princesa Colorines?; ¿y a Canelo? Prueben a dibujarlos, ustedes, o sus niños queridos.

¿Juegan conmigo? Venga, espero sus obras de arte.
 
¡¡Buena semana, amigos!!