-Bueno, un poco triste.
-¿Y eso?
-Pues como ayer fue el Día del Libro, me regalaron algunos cuentos. Y como me gustaron tanto, me los he terminado en un piz paz.
-Tesoro, pero eso está muy bien. ¿Por qué estás triste entonces?
-Porque no tengo ningún cuento para hoy.
-Uy, habérmelo dicho antes. Ya sabes que enseguida me pongo a buscar y seguro que te encuentro un sin fin de aventuras de papel. A ver, ¿qué te apetece?
-¿Puedo elegir?
-Claro, pequeño. Soy todo oidos.
-Me gustaría volver a leer otra aventura de La Princesa Colorines
-De acuerdo. Bien, siéntate a mi lado, que te voy a contar una historia que habla del Desierto. ¿Preparado?
-Síiiiii.
-Pues ahí va:
LA PRINCESA COLORINES
El desierto.
Hola, soy la Princesa Colorines, y ésta es una de mis
historias.
Canelo y yo nos despertamos
temprano, y fuimos a desayunar. En realidad era un fastidio, porque no teníamos
que ir a la escuela, por lo que no estábamos obligados a madrugar. Y digo
teníamos porque Canelo también me acompaña al cole todos los días, y espera mi
salida para volver juntos a casa.
Mis padres siempre han querido
que vaya a una escuela normal, y que tenga amigos normales. No como mi primo,
el príncipe Olivo, cuyos padres, el Rey Alcornoque y la Reina Encina, no
quieren que vaya a la escuela. Por eso, un profesor va todos los días al
palacio y le da clases a Oli (así lo llamo yo). En el fondo me da pena, porque
los únicos niños con los que se relaciona somos sus primos, y la verdad, no nos
vemos mucho.
En el colegio todo me va muy
bien. Bueno, vale, menos en Mates, que se me dan fatal. Pero a mi amigo
Lapicero, se le dan muy bien, y me ayuda. Conocimiento del Medio tampoco me
gusta mucho, y alguna vez he suspendido. Es entonces cuando me ayuda mi amiga Azucena,
y apruebo sin problemas.
Lapicero flojea un poco en
Historia, y a mi me gusta ayudarle en esta materia. Y Azucena odia la
Literatura, y a mi me encanta. Así que entre todos estudiamos las asignaturas,
nos ayudamos, y aprobamos.
Ellos son mis dos mejores amigos,
y de Canelo. Además, viven muy cerca, y casi todas las tardes
estamos juntos. Ahora en verano nos vemos todos
los días, y ellos también se levantan temprano, como yo.
Después de desayunar lo que nos
había cocinado la buena Blanca, le pedí permiso a mi papá para ir a jugar. Él
me dijo que le preguntara a mi mamá si podía salir. Mi mamá que dijo que sí,
pero que también tenía que tener el permiso de mi papá. Y mi papá por fin me
dijo también que sí.
Normalmente me encontraba con mis
amigos bajo el naranjo, mi árbol favorito.
Ese día nos pasaron muchas cosas,
y algunas fantásticas.
Nos pusimos a caminar, y nos
dirigimos al bosque, después de atravesar el Río Prohibido. Les había hablado a
mis amigos de la redonda puerta violeta, y de lo que me había pasado hacía poco
tiempo. Llegamos hasta ella, y se abrió, sola, como la otra vez.
Esta vez, sin tanto miedo y
cogidos de la mano, pasamos al otro lado mis amigos, Canelo, y
yo.
Yo esperaba encontrar la extraña
ciudad gris. Pero no fue así. A mi alrededor no había gris, pero tampoco muchos
colores. Sólo unos cuantos, e iban del amarillo claro, al amarillo oscuro. Y
hacía calor, mucho calor.
Sudábamos, y nos costaba
movernos. Pero nos juntamos, nos apretamos unos contra otros, hicimos un pequeño
esfuerzo, y salimos, llegando a lo que parecía la superficie. ¡Oh!, estábamos
sobre arena, y arena, y más arena. Arena por todas partes. Y sol, mucho sol.
No sabíamos a dónde ir, pero nos
fijamos en unas huellas que había en el suelo. Parecían de un animal, pero no
sabíamos cuál. Por cierto, ¿dónde está Canelo? Ay, ay ay, ¡ya se ha vuelto a
escapar! ¿Serán estas sus huellas? Parecen más grandes, pero quién sabe lo que
puede pasar en este extraño lugar.
Así que seguimos las huellas del suelo. Y caminando, caminando, llegamos hasta un
sitio en el que abundaba el agua, las palmeras, las frutas, y el fresquito. Sí,
qué bueno, no hacía tanto calor. Nos miramos, mis amigos y yo, y sin decir
nada, corrimos hacia esa especie de lago que había en el centro. Y bebimos su
agua, y nadamos en su agua, y nos refrescamos en su agua. ¡Estaba tan buena!
Hablamos, y llegamos
a la conclusión de que estábamos en un oasis, y el oasis, en un desierto.
Habíamos estudiado los desiertos en clase, pero era la primera vez que veíamos
uno, que estábamos en uno.
Después de beber, nadar y
refrescarnos estábamos listos para seguir buscando a Canelo. Lo llamamos una y
mil veces, pero no apareció. Miramos detrás de cada árbol, de cada piedra, pero
no estaba, no lo veíamos por ningún lado.
Vimos de nuevo las huellas, y
decidimos seguirlas otra vez, a pesar de estar muy a gusto en aquel oasis.
Pero, Canelo es Canelo, y sin él las aventuras no son lo mismo.
Nos pusimos en marcha, y esta vez
las huellas nos llevaron a un sendero entre unas montañas muy altas que parecían de arena. Íbamos por la sombra, por eso no hacía tanto calor.
Cuando estábamos a punto de
sentarnos a descansar, oímos un ruido delante de nosotros. Era como si algo o
alguien estuviera removiendo plantas, o hierbas. Nos acercamos muy muy
despacio, y casi sin hacer ruido. No sabíamos lo que hacía ese ruido, y podía
ser peligroso.
¡Allí estaba!, ¡era enorme!,
y por el tamaño de sus patas, bien podía ser el dueño de las huellas que
habíamos seguido durante tanto tiempo.
El animal se dio la vuelta, y a
decir verdad, tenía algo que me resultaba muy familiar. No se si el color, o
los ojos, pero tenía la sensación de haberlo visto antes.
Se acercó a nosotros, y movió
tanto el rabo que levantó una nube de arena y piedrecitas a su
alrededor.
¡Claro!, ¡ya se! Pero, ¿qué había
pasado? Sin duda, era Canelo, pero, ¡era tan grande! Y para él, nosotros
debíamos parecer como hormiguas pequeñitas. ¿Cómo había pasado? Y lo más
importante, ¿cómo lo íbamos a llevar a casa así? Claro, que para eso, teníamos
que encontrar de nuevo la puerta redonda violeta, y no sabíamos dónde podía
estar.
Nos pusimos a pensar, y mientras
eso ocurría, Canelo quería jugar. Jugar a darnos lametones, a traernos un palo
para que se lo tiráramos, a hacer un hoyo en el suelo para esconder una piedra.
Pero claro, ahora era un perro gigante, y sus lametones nos dejaban empapados.
Sus palitos eran troncos, y los hoyos, enormes socavones; ¡por no hablar de las
piedras que pretendía esconder!
¡Esto tenía que acabar! Además,
empezábamos a tener hambre y a estar cansados.
¿Y cómo podíamos salir de allí?
De pronto Canelo encontró algo
muy apetitoso y se lo llevó a la boca. Empezó a hacer mucho ruido y a pasarse
la comida de un lado a otro de la boca, jugando con ella. No me gustó lo que
veía, así que me acerqué a él y le dije: “Canelo, Canelo bonito, come con la boca
cerrada, y no juegues con la comida”. Parece que me entendió, y cerró la boca y
comió despacio.
Mis amigos llamaron mi atención,
y cuando me acerqué a ellos, los vi mirando una roca muy grande que
no estaba allí antes y que tenía forma de puerta, ¡mi redonda puerta violeta!
Pero en vez de malva y madera, era de granito, y esta vez estaba ya
abierta, esperándonos.
Nos cogimos de nuevo de las manos,
y rodeamos una de las enormes patas de Canelo. Caminamos todos juntos, y sin
pensárnoslo mucho, atravesamos aquella roca en forma de puerta.
Y al abrir los ojos, ¡estábamos
en el bosque de nuevo! ¡Y Canelo volvía a ser pequeño!
Mis amigos salieron corriendo, y
yo también. Pero me detuve y me acerqué a la puerta violeta y redonda. Acerqué
mi orejilla a ella, para poder escucharla, y en esta ocasión me dijo: “comer
con la boca abierta es de mala educación; y jugar con la comida también”.
Desde luego, puerta bonita,
puerta violeta, es una lección que nunca olvidaré.
Y así acabó la aventura de aquel
día. Pero, ¿por qué un desierto? Porque creo que hacía poco que en clase
nuestra profesora, doña Esmeralda, nos había hablado de ellos, y yo me quedé
muy impresionada.
Llegamos al naranjo, y me
despedía de mis amigos, no sin antes hacerles prometer que no contarían nada de
nuestra aventura. Al fin y al cabo, seguía teniendo prohibido atravesar el río.
FIN
-¿Te ha gustado, Pez?
-Síiii. Porfa, ¡cuéntame otro cuento de la Princesa Colorines!
-No, mi niño. Otro día. Tanto tú como todos nuestros niños queridos deben descansar ya. Si te sigues portando así de bien, pronto nos embarcamos en otra aventura de ella. ¿Conforme?
-Vale. Un besito Paz.
-Mil besos y un achuchón, Pez