Hoy mi Pez se ha puesto muy guapo, con su mejor pijama. Me ha preparado un vaso de leche calentito con miel, y ha puesto sobre la mesa un plato con galletas.
Cuando he visto el despliegue, primero le he dado un besote, y luego, le he preguntado por qué a ese gesto tan bonito. Muy serio se ha plantado delante de mi, y con las aletas en la cintura, me ha dicho:
"Primero porque te lo mereces (yo sonrío emocionada), y segundo, porque quiero celebrar contigo que hoy es el Día Universal del Niño. Así que siéntate a mi lado, y vamos a contarles a nuestros niños queridos un cuento. ¿Qué te parece?"
Vale, me parece perfecto. Pues venga, ponte cómodo y acompáñame, que vamos a sacar de paseo a nuestra revoltosa favorita, a la Princesa Colorines. Además, la aventura de hoy nos lleva hasta la playa.
Sí, ahora que empieza el fresquito, que mejor manera para entrar en calor que imaginarnos a la orilla del mar, y con el solecito calentando el corazón.
LA PRINCESA COLORINES
El mar.
Hola, soy la Princesa
Colorines, y ésta es una de mis historias.
Desde que comparto con mi padre el secreto de la puerta violeta, las cosas
han cambiado mucho. Ahora, a menudo, vamos juntos en busca de aventuras, y
siempre que voy sola, lo único que tengo que hacer es decírselo. Él me insiste
mucho en esto, y sus palabras son siempre las mismas:
“Hija mía, avísame cuando vayas a
cruzar la puerta. Unos días podré acompañarte, pero otros no. Y es importante
que yo lo sepa, sobre todo aquellos días que no pueda ir contigo. No lo olvides
cariño mío”.
Y no lo olvido. Aún recuerdo la
primera vez que salí de aventura y tardé mucho tiempo en volver. Mis padres
estaban muy tristes, y encima, les había mentido. Eso no volverá a pasar nunca.
Bueno, pues un día de verano, nos
fuimos toda la familia a la Playa Colorada. Está muy cerquita de donde vivimos,
aunque hay que ir en coche. Y recibe ese nombre porque por la tarde, cuando se
pone el sol, sus aguas se vuelven de un rojo intenso. Y hasta que no desaparece
el sol por completo, no cambia a su color normal. Cada vez que vamos nos gusta
quedarnos hasta ese momento, para poder ver así uno de esos regalos de la
naturaleza que tanto entusiasman a mi familia, y a mí.
Y cuando hablo de mi familia,
incluyo también a mi Canelo, por supuesto, el perro más fiel y cariñoso que uno
se pueda imaginar. A él también le encanta la playa. Disfruta con la arena, con
el agua, con las palmeras, con las sombrillas. Y cuando atardece, y el sol se
va escondiendo en el horizonte, se sienta a mi lado, y apoya su cabeza en mis
rodillas, y se puede ver el sol reflejado en sus oscuros ojillos.
Como iba diciendo, mi padre nos
levantó temprano, y tras preparar unos bocadillos y meter en una nevera
portátil muchos refrescos y agua, nos subimos todos al coche, y nos marchamos.
Por el camino íbamos cantando nuestras canciones favoritas, y se nos hizo el
camino muy corto. El que lo pasó un poco mal fue Canelo, porque siempre se
marea cuando va en coche.
Pero nada más llegar a la playa,
se bajó del coche, hizo un hoyo en la arena, corrió a su alrededor, y escondió
una piedra dentro; una piedra que le había tirado yo un poco antes. Después, me
miró, movió muy rápido el rabo, y salió corriendo hacia la orilla. Al principio,
se quedó parado. Después una ola le mojó la patas. Él dio un salto y se echó
para atrás. Y cuando la siguiente ola se le acercó, le ladró como un loco, como
enfadado por querer mojarle las patas otra vez. ¡Hombre, qué se había creído
esa ola!, debió pensar.
Hasta que no me acerqué a su lado
no se le pasó el enojo. Y cuando le tiré su pelota hacia dentro, hacia el agua,
se olvidó por completo de las olas, y nadó junto a mí hasta llegar a ella. La
cogió, me miró, y volvió a la orilla. Yo le seguí, y cuando salí, me coloqué
mis gafas de bucear, mi tubo para poder respirar, y mis aletas. Y ayudé a
Canelo a ponerse su equipo.
Sí, por supuesto, él también
tiene unas gafas, un tubo y unas pequeñas aletas. Bueno, como cualquier perro,
¿no?
Transformados ya en una especie
de buzos, nos pusimos en marcha, y nos metimos de nuevo en el agua. No sin
antes prometerles a mis padres que tendría mucho cuidado y que no nos alejaríamos
mucho.
Poco después ya habíamos nadado
hasta las Rocas Verdes, que estaban a la derecha de la playa. Se llaman así
porque alrededor de ellas crecen unas algas muy bonitas que le dan un color
verde a la piedra.
¡Todo era tan hermoso! Por más
que lo pienso, y lo recuerdo, no puedo dejar de ver todos esos peces de
colores, las algas más curiosas, los cangrejos más simpáticos, las conchas más
comilonas, las gaviotas más juguetonas. Todo en el mar es precioso, e incluso
la puerta violeta que encontramos al otro lado de las Rocas Verdes. ¡Sí, la
puerta violeta también estaba allí!
Al principio no la vi, y de
hecho, casi me tropiezo con ella. Lo menos que me podía imaginar es que la iba
a encontrar en ese lugar. Y me di cuenta porque de repente Canelo se puso a
ladrar, y yo no sabía a qué, con qué o con quién estaba enfadado, hasta que me fijé
bien, y la vi. ¡No me lo podía creer!, pero allí estaba.
Cuando la vi me entraron dudas,
porque le había prometido a mi padre que siempre le diría dónde iba a estar si
me marchaba de aventura, porque él sabía que buscaría la puerta violeta. Pero
esta vez no lo había hecho, la puerta me había encontrado a mí, no yo a ella.
Pensé y pensé, y volví a pensar otra vez, sobre lo que debía hacer o no. En
realidad lo sabía, pero no me hice caso, y entré.
Cerré los ojos, y atravesé la
puerta, y esta vez me aseguré de dejarla abierta, un poquito, colocando una
piedrecita para que hiciera de tope. Quería asegurarme que encontraría la salida
a mi vuelta.
Cuando abrí los ojos, tardé un
rato en ver algo. Estaba todo oscuro, y cuando mi vista se adaptó al lugar, me
fijé en que estaba en un sitio que resbalaba, pero que era muy suave al mismo
tiempo. Intenté caminar, pero volvía al mismo sitio. Era como un gran tobogán.
Pero claro, lo que al principio me resultó divertido, dejó de serlo al rato,
porque notaba que no avanzaba hacia ningún sitio.
Poco a poco aquel lugar dejó de
ser tan oscuro, y lo que parecían ser las paredes, resultaron ser brillantes.
Reflejaban una luz que venía del exterior, y traían hasta mí el rumor del mar.
Tenía lógica, porque lo último que recuerdo antes de entrar es que estaba
nadando alrededor de las Rocas Verdes. Por cierto, ¿dónde estaban mis gafas, mi
tubo y mis aletas?
Hasta ese momento no me había
fijado, pero es que hasta ese momento no me habían hecho falta. El lugar donde
estaba se movió, y parecía que se había dado la vuelta. Y digo parecía porque
aparentemente todo estaba igual, yo seguía resbalando hacia el centro. Pero
algo había cambiado. Ahora la luz no entraba por arriba, sino por un lado. Y
además de luz, empezaba a entrar agua.
¡Oh, dios mío, agua! Muy poquito
a poco, es verdad, pero agua al fin y al cabo. Por eso me acordé de mis gafas,
mis aletas y mi tubo. Si las hubiera tenido no me habría entrado tanto miedo.
Podría ir nadando hasta ese sitio por el que entraba la luz. Pensándolo bien,
puedo hacerlo también, con un poco más de esfuerzo, pero, ¡lo conseguiré!
Pero la verdad es que no hizo
falta. A medida que iba entrando el agua, aquello se fue girando otra vez, y
nos movimos hacia el otro lado. Todo, el agua y yo. Y nos precipitamos hacia la
luz. Nos acercamos a ella, y yo pensé que me iba a quemar, o algo así. Pero no.
Resultó que la luz era la salida.
Claro, como esta vez fui
precavida, había dejado la puerta abierta. ¿Pero de dónde estaba saliendo?
Antes de que esa luz lo inundara todo y me obligara a cerrar los ojos, pude
lanzar una última mirada hacia atrás, y cuál fue mi sorpresa cuando descubrí
que estaba saliendo del caparazón de una caracola. Después, vuelta a la
oscuridad.
Cuando abrí los ojos otra vez,
Canelo me estaba dando lametazos, y mi padre me miraba, con una mezcla de
enfado y emoción. Enfado porque no le había avisado. Y emoción porque estaba
bien, no me había pasado nada.
Tras abrazarme, me hizo
prometerle que nunca más lo haría, que no me marcharía sin avisar. Y le dije
que así sería. Pero que en realidad lo había hecho, no me había portado mal del
todo, porque cuando me marché de la playa, cuando empecé a nadar con Canelo,
les avisé. A mi padre no le quedó más remedio que echarse a reír y darme la
razón.
Pero, ¿y por qué estaba allí
entonces?, ¿cómo sabía dónde encontrarme?
Su respuesta fue: “Espero que
sepas corresponder a tu perro con el cariño que se merece, porque al ver que
habías desaparecido, me vino a buscar y me trajo hasta aquí. Y no sé quién
estaba más nervioso y preocupado por ti, si él o yo”.
Los abracé a los dos, y volvimos
nadando a la playa. Había sido un día lleno de emociones, y estábamos muy
cansados. Así que después de la merienda, y de ver el atardecer, pusimos rumbo
a casa. Esa noche, cuando me dormí, soñé con nuevas aventuras.
Bueno, a mi Pez y a mis niños queridos les deseo que tengan un feliz descanso y dulces sueños.
A los papis, y a todos aquellos que tengan pequeños a su alrededor, celebren cada dia su presencia, porque cada niño es un angel que merece ser querido y mimado.
Besitos y buenas noches