Érase una vez un pequeño que no tenía ganas de jugar.
Cada mañana se levantaba de la cama, se aseaba y se
iba al colegio sin rechistar.
En la escuela, aprendía, pero se dormía.
Iba al recreo, pero no corría.
Le contaban historias fantásticas, pero no sonreía.
¡Hora de comer!
En fila india iban entrando al comedor, y por primera
vez en el día, al pequeño se le iluminaba la cara.
Él no entendía cómo había compañeros que despreciaban
la comida, que decían que esto o aquello no les gustaba, que no quería comer
allí, incluso, que tiraban lo que había en las bandejas.
Casi siempre era el último en salir de la estancia
que para él era la más maravillosa del colegio. Y esto ocurría porque le sacaba
el sabor a todo lo que se llevaba a la boca, saboreaba cada cucharada,
memorizaba cada sensación. Era simple, hasta el día siguiente no volvería a
comer.
Cuando acababa el cole, volvía a casa, y la mochila
le pesaba un montón. Y era la misma de la mañana, pero claro, ahora llevaba más
conocimientos dentro.
Hacía sus tareas, obedecía a su mamá y su papá le
arropaba antes de acostarse. La verdad es que los papis del pequeño ahora pasaban
muchas horas con él. Y eso era genial, pero los mayores estaban tristes.
Feliz descanso, pequeño.
Sus sueños eran sencillos. Consistían en comidas
abundantes compartidas con la familia. Pero al despertarse, el agujerito de su
tripa parecía agrandarse, y un gran tigre salía por su garganta en forma de
rugidos silenciosos.
Él era un chico valiente y aunque sabía que algo
pasaba en su hogar, intentaba portarse bien siempre. Pensaba que de esta manera
sus padres se pondrían contentos también.
Así día tras día.
Una noche se despertó, tenía ganas de ir al baño; sin
hacer ruido para no molestar escuchó a mamá y a papá hablando. Se preguntaban
cómo podrían pagar el comedor del niño el mes siguiente. Lloraban, pero al
poco, se prometieron a ellos mismos que harían lo imposible por pagar ese
recibo.
Lo imposible, lo imposible, lo imposible…
Así se quedó de nuevo dormido el pequeño.
El niño soñó, pero no con comida como casi siempre.
No.
En esta ocasión, el Hada Milandrina se coló en su
cabecita, y se lo llevó de paseo por las dunas, por la orilla del mar. Le dijo
que no tuviera miedo, que ella le protegería, que no se preocupara, que tenía
poderes mágicos, y que iba a conseguir cumplir al menos alguno de sus sueños.
Le preguntó al pequeño, que, a pesar de ser un sueño,
no salía de su asombro:
-Cariño, ¿cuál es tu mayor deseo?
-Señora, yo…
-Dime, mi niño..
-Yo, bueno, mi mayor deseo es poder comer todos los
días, y que mis papás no se pongan tristes por tener que pagarme el comedor del
cole.
El Hada Milandrina lo cogió en sus brazos, lo acunó y le dijo al
oído:
“Mi niño, no te preocupes, eso lo puedo hacer posible. Y no lo haré yo
sola.
Conozco a un montón de duendecillos, al Mago Grande, a las ninfas de
las nubes, a las estrellas del cielo. Todos nosotros vamos a tratar de que tu
sueño se cumpla.
Trabajaremos, haremos funcionar todas las varitas mágicas del reino. Y
ya lo verás, lo conseguiremos.
Confía en mí; confía en tus sueños; confía en ti. Juntos, lo lograremos”
El niño se quedó dormido, y descansó como no
recordaba haberlo hecho nunca.
Al despertar, se fue corriendo a la cama de sus
papás, se tiró en plancha, se los comió a besos a los dos, y a cada uno de
ellos le dijo que no se preocuparan, que los quería, y que tenía mucha prisa,
que se tenía que ir al cole pitando.
Y así fue.
Gracias al Hada Milandrina, al Mago Grande, a los duendecillos, a las estrellas
del cielo, a las ninfas de las nubes, y a muchísimos seres del reino de la
magia, el pequeño, y otros niños como él, pudieron comer en el comedor de sus
escuelas, sin que sus padres tuvieran que preocuparse, al menos durante un
tiempo generoso, de pagar los recibos ñam ñam.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
P.D.: Si quieren convertirse en duendecillos, estrellas o ninfas, pueden colaborar con el Hada Milandrina en difundir este cuento. Toda colaboración será bien recibida, se los puedo asegurar.
Muchísimas gracias, y recuerden, todo esto se hace para conseguir un tesoro: la sonrisa de un niñ@.