Hola Paz. Pues muy bien, jugando sin parar, ahora que no tengo cole.
Vaya, qué suerte tienes. Bueno, espero que estés disfrutando. Pero oye, amiguito, quiero que no te olvides de una cosa muy importante, al menos para mi.
¿De qué se trata?, ¿tengo que hacer deberes? ¡Si lo aprobé todo!
Nooo, eso no. Lo que te pido es que no te olvides de leer un poquitín cada día. Yo te ayudaré, te ofreceré libros chulos, y si quieres, lo haremos juntos. Hay un sin fin de amigos que te están esperando detrás de cada palabra.
¡Uaalaa!, a estos los conozco. Jo, Paz, claro que leeré un ratito todos los días. Y tú también, conmigo, juntitos. ¿Me lo prometes tú a mí?
Por supuesto que te lo promete. Venga, vamos con el momento lectura de hoy. ¿Preparado?
Síiii.
Genial. Pues vamos con una nueva aventura de La Princesa Colorines.
LA PROHIBICIÓN
Hola, soy la Princesa Colorines, y ésta es una de mis
historias.
A menudo me pregunto el por qué
de muchas cosas. Por ejemplo, ¿por qué tengo el pelo naranja?, ¿por qué los
ojos de mi padre son verdes?, ¿por qué Canelo tiene las orejas largas y
peludas?, ¿por qué mi madre canta tan bien? En fin, cuando alguna de estas
preguntas viene a mi, me siento a pensar mucho rato, y cuando no encuentro
ninguna respuesta, bajo a la biblioteca, donde siempre está mi abuelito Faro Azul,
y me ayuda a buscar las respuestas en lo libros.
Tenemos muchos, libros, quiero
decir, no abuelitos.
Grandes, pequeños, delgados, muy
muy gordos. Con dibujos o sin ellos. Pero lo más importante es que mi abuelito
los conoce todos, y siempre me dice que los libros son nuestros amigos, y que
ellos nos enseñan muchas cosas, siempre y cuando estemos dispuestos a leer
atentamente, y a dejarnos llevar por su magia.
Bueno, y debo decir que Canelo
también tiene libros. Libros blanditos, para que él pueda pasar sus páginas, y
que están escritos en el lenguaje de los perros. Sí, el “guauñol”. A veces,
cuando él está leyendo, me pide que le ayude, y lo hace siempre igual.
Se pone de espaldas al libro, y
con su rabo me señala lo que no entiende. Y yo, que le quiero mucho, le digo
qué pone. Claro, es que yo se hablar, leer y escribir también el guauñol. Me
enseñó mi abuelo, que lo aprendió de su padre, y su padre de su padre. Y todo
para poder comunicarnos mejor con nuestras mascotas.
Y no es casualidad que Canelo sea
hijo de Marrón, el perro de mi padre. Y Marrón, hijo de Oscurita, la mascota de
mi abuelo.
Lo gracioso es que en la
biblioteca están colgados los retratos de mis antepasados, y todos fueron
pintados junto a sus perros. Algún día yo también tendré un cuadro aquí, y en
él estaremos Canelo y yo, juntos, como siempre.
Pues un día, corrí desde mi
cuarto hasta la biblioteca, buscando a mi abuelo, porque tenía una pregunta muy
importante que hacerle.
-Abuelo, abuelo, ¿dónde estás?
-Abuelito, ¿estás en la
biblioteca?
Abrí despacio la puerta, y asomé
la cabeza. Pero ahí no estaba, no había nadie. Entré sigilosamente, y cuando
fui a encender la luz, ¡ay, que susto más grande me llevé! Mi abuelo me cogió
en volandas, y me dijo:
-¡Ajá, te pillé!
Es verdad, siempre estay dándole
sustos a mi abuelo, y me escondo a propósito para que tenga que encontrarme, y
me disfrazo de fantasma, y le cambio sus cosas de lugar a propósito.
Cuando hago algo de esto, siempre
me dice muy serio:
-Pequeña, algún día te pillaré yo
a ti, ya lo verás.
Y desde luego, hoy lo hizo.
Cuando me tenía en brazos, me dio
dos besos en los mofletes, me miró fijamente, y me preguntó:
-A ver, cariño, ¿qué pregunta
tienes hoy para mi?
Y yo, directamente, le dije:
-Abuelo, ¿por qué papá y mamá me
tienen prohibido atravesar el río?
Me dejó en el suelo, me cogió de
la mano, y nos sentamos, uno al lado del otro, en el sillón que está junto a la
ventana. Canelo también se sentó, pero no en el sillón, sino en la alfombra que
estaba delante.
Entonces mi abuelo me dijo:
-Creo que ha llegado la hora de
que conozcas la historia.
“Verás. Hace muchos años, cuando
tu papá era un niño más o menos de tu edad, se fue de paseo con su perro
Marrón. Los dos salían todos los días, hiciera frío o calor. Igual que haces tú
con Canelo, o igual que hacía yo con Oscurita.
Lo cierto es que un día, como te
digo, salió, pero no volvió. Ni ese día, ni el siguiente, ni el otro.
Imagínate lo preocupados que
estábamos todos. Salimos a buscarle. Fuimos por todas partes. Nos ayudaron los
vecinos, todos y cada uno estuvimos día y noche caminando por todas partes,
pero no lo encontramos. Fuimos a la playa, cruzamos el río, recorrimos palmo a
palmo el bosque, y nada. No había rastro ni de él, ni de Marrón.
Al tercer día, cuando por fin
conseguí quedarme dormido, noté como alguien me daba un beso en la frente, y me
susurraba al oído:
-Buenas noches, papá. Ya estoy en
casa.
Abrí lo ojos, y ahí estaba, de
pie, a mi lado. Se notaba que estaba cansado, así que lo cogí en brazos, lo
abracé muy fuerte, lo llevé a su cama, lo arropé, y esperé a que se durmiera.
Al día siguiente, lo vi bajar las
escaleras, y cuando me vio, se acercó y me dijo:
-Lo siento, papá. Pero te prometa
que no fue culpa mía, fue de la puerta violeta”.
Cuando mi abuelo nombró la puerta
violeta, me puse muy nerviosa, porque yo también sabía dónde estaba esa puerta.
Lo que no me podía imaginar es que mi padre también.
Entonces mi abuelo me contó que
mi padre le había dicho que había resbalado con una piedra, en el río, y se
hizo una herida muy fea. Como estaba un poco lejos de casa, creyó que era mejor
esperar un poco a que dejara de dolerle la rodilla.
Pero hacía calor ese día, así que
fue al bosque, a buscar algo de sombrita. Y allí, entre los árboles encontró
una extraña puerta, que según tu padre, estaba un poco abierta. Así que entró
sin más, pensando que daría con un lugar fresco.
Tu papá nunca me ha contado lo
que pasó al otro lado de la puerta, pero eso sí, me dijo que alguien le ayudó,
que le curaron la herida, que dieron de comer y beber a Marrón, y que le indicaron
el camino de vuelta, la salida de ese extraño lugar que parecía un hospital.
¿Un hospital?, pregunté yo.
“Sí, un hospital. Eso es lo que
nos contó tu papá.
Tu abuela y yo nos asustamos
tanto, que no queríamos que eso volviera a ocurrir. Así que le prohibimos que
atravesara el río, porque sabíamos que si no lo hacía, no llegaría al bosque, y
no daría con esa puerta, y no desaparecería durante tres días.
Y por eso él también te lo ha
prohibido a ti, para que no te pase nada”.
Ahora que conocía la verdad, no
sabía qué hacer, si volver al bosque, o hacer caso a todos.
Y mientras pensaba y pensaba, vi
a mi padre en el jardín.
Me acerqué a él. Le di un beso.
Le abracé y le guiñé un ojo.
Y cuando me preguntó que por qué
le había guiñado el ojo, yo le dije:
-Perdóname, papi, pero yo también
encontré la puerta.
Él me sonrió, y me dijo:
-Ya lo sabía.
FIN
¿Te ha gustado, cariño?
¿Te ha gustado, cariño?
¿Gustado? No, me ha encantadoooo. ¿Me dejas que me lo lleve a la playa y se lo lea a mis amiguitos?
Claro que sí. Un besito para ti, y otro para nuestros niños queridos.
Te dejo con una divertida canción veraniega de Ross Lynch, llamada "Na, Na, Na (The Vacation Song)".
Chachi, Paz, muchas gracias y otro besito para ti