domingo, 5 de mayo de 2013

A todas las madres...

-Hola pequeño, ¿qué te pasa? Te noto un poco triste.


-Es que mañana, en España, se celebra el día de la madre.


-¿Y eso te pone triste? ¿Por qué?


-Porque no sé qué es una madre, y no sé si yo puedo celebrar también ese día, como nuestros niños queridos. ¿Me ayudas a entenderlo?


-Claro que sí. Bueno, al menos voy a intentarlo.

Una madre es la persona que te hace el regalo más grande de todos, el de la vida. Te trae al mundo, bien a través de su propio cuerpo, bien formando parte de ella, aunque no te haya dado a luz.


-Ah, pues sí que es un regalazo. Pero, y yo, ¿cómo nací?


-Verás, tú naciste en mi cabeza. Allí te di forma, te imaginé, y desde ese mismo momento te quise, te di cariño. Y cuando estuviste listo, te presenté al mundo. Desde ese día, caminamos, volamos y nadamos juntos; y tesoro, quién sabe a dónde llegaremos.


-Entonces, ¿tú eres mi madre?


-Bueno, en cierto modo sí.


-Me gusta, mami. Venga, háblame más de las mamás, ¿cómo son?


-Las madres son geniales, aunque en ocasiones no estemos de acuerdo con ellas. Sí, a veces se ponen un poco pesadas, que si abrígate, que si debes comer bien, que si debes ser educado, en fin, todo eso. Pero, ¿sabes una cosa? Lo hacen por nuestro bien. Ellas solo quieren que estemos estupendamente, que seamos felices, y que la vida nos sonría.


-¿Siempre?


-Claro. Además, son como muchas protagonistas de los cuentos que tanto nos gustan, fantásticas, y mágicas: pueden convertir cuatro ingredientes en el manjar más apetitoso; saben remendar la ropa de tal manera que al usarla de nuevo luzcamos como reinas y reyes; consiguen enseñarnos que con unos lápices de colores y una hoja en blanco podemos crear los cuadros más vistosos. 
 

-¿Y solo hacen eso?


-¿Sólo? ¿Te parece poco?


-No, mami, es que como no sé cómo son, tengo una y mil preguntas.


-Ah, vale. 

Como te dije, no solo hacen eso, sino muchísimas cosas más. Trabajan duro cada día. Unas en oficinas, otras en casa. Unas fuera y otras, dentro.


¿Sabes qué? Creo que ellas son las que mantienen realmente los hogares. Su fuerza hace que los pilares se mantengan en pié. Los papás, o los compañeros, o quien gire en torno a las mamás, son, para mi, actores secundarios. Ey, pero te digo una cosa, qué importantes son esos secundarios. Además, piensa que muchas lo hacen solas, y tiran para adelante con o sin ayuda. Por eso son tan increibles, ¿no te parece?


-Sí que lo son. ¿Y qué más? ¿Cómo es tu mamá?


-¿La mía? Valiente, inteligente y una auténtica artista. Lo mismo borda, que pinta. Menuda imaginación. Chico, yo no he heredado esa cualidad. Fíjate qué cosa tan bonita me está haciendo. Forma parte del chaleco de un traje típico, y te lo aseguro, será precioso. Lo empezó mi abuela, y mi madre le está dando vida. Cuando lo termine te lo enseño. Este es un pequeño aperitivo:



Me ayudó con los estudios, teniendo toda la paciencia del mundo. Porque te diré que yo era un poco cafre, y empecé con los suspensos muy pronto. Digamos que me distraía con el vuelo de una mosca, y claro, eso tenía consecuencias. Pero ella siempre creyó en mi, y quiso que me esforzara, que estudiara, que no me quedara en el camino. Y vaya si lo consiguió. Creo que mi amor a las letras comenzó de su mano, por los libros que me compraba, las lecturas que elegía para mi. Como ésta, la de Momo, de Michael Ende, de la que hablamos tú y yo hace mucho tiempo ya. Ves, mi madre tenía, y sigue teniendo este tipo de detalles:



Dicen que conforme me voy haciendo mayor, más me parezco a ella. Puede ser. Los que la conocen lo sabrán, y si lo dicen, por algo será, ¿no? Yo, en esta foto, me saco un parecido. ¿Tú qué dices?



Sí, yo soy la renacuaja pizpireta a la que su madre está maquillando. ¡Qué cosas!, viendo esta foto me siento muy mayor.


-Yo no te veo mayor. 
 

-Querido Pez, eres un cielo. Creo que gracias a ti, al trabajo que hacemos juntos, nunca creceré del todo.


Mira, ahora que lo pienso, me siento muy afortunada por tener a mi madre cerca, por ver cómo va cumpliendo años y se va convirtiendo en alguien cada día más sabio. Me gusta poder seguir escuchando sus consejos. Mi reto es sorprenderla cada día, con pequeños o grandes actos. Hacer que se sienta orgullosa del trabajo que ha hecho, y sigue haciendo, con sus hijas.


-Oye, por qué no le dedicamos algo especial a tu mamá, y a las de nuestros niños queridos. Porque por lo que me has contado, las madres se merecen mimos cada día, y aunque haya un día especial dedicado a ellas, no podemos dejar de cuidarlas y quererlas el resto del año, ¿no?


-Eso es, mi pequeño Pez Volador. Y me parece una gran idea. A ver, ¿qué te parece si le dedicamos un libro y una canción?

-Síiii. Te propongo un trato: yo elijo las letras y tú la música. ¿Vale? 
 

-Perfecto. ¿Ya has pensado en una lectura bonita?


-Sí. Es este, A la sombra del olivo:





-Precioso, mi niño. Es una obra de la Editorial Kókinos, y reune 29 canciones infantiles del Magreb. Mira, me acabo de acordar de una anécdota sobre este libro. Ya sabes que mi hermana María es filóloga árabe. Bien, pues un día, María llevó este tesoro a una de sus clases. Por cierto, se lo regalé yo, ahora que recuerdo. Entre sus alumnos había una señora mayor que al escuchar una de las canciones que contiene el CD que acompaña al libro se emocionó, porque la había oído antes. Su abuela se la enseño a su madre, y su mamá se la cantaba cuando ella era pequeñita.


-Oh, qué tierno. Venga, pues pon tú la música. ¿Qué tienes pensado?


-En casa siempre nos ha gustado la música, y nos encantaba ir a comprar discos para regalárselos a nuestros padres en ocasiones especiales. Éste es uno de ellos, y era, bueno, es, de mi madre:





Es el We can't dance, de un grupo muy bueno que se llamaba Genesis. Este álbum fue su recopilatorio de despedida, y se publicó en 1991. De entre todos los temas, elijo éste para dedicárselo a todas las mamás del mundo: Tell me why, porque ellas tienen todas las respuestas a nuestras preguntas.






-Bueno, pequeño, ¿qué te ha parecido?, ¿ya sabes qué es una mamá?


-Sí, algo como tú. Ya sé que tú no tienes pequeñajos, pero me tienes a mi. Y si algún día te llegan, no te preocupes, yo les contaré lo que tú me has enseñado. Gracias Paz, mi mami.


-Gracias a ti, mi Pez Volador. 
 

Un besito

miércoles, 24 de abril de 2013

Al desierto con la Princesa Colorines

-Hola Pez, ¿qué tal estás?
-Bueno, un poco triste.
-¿Y eso?
-Pues como ayer fue el Día del Libro, me regalaron algunos cuentos. Y como me gustaron tanto, me los he terminado en un piz paz.
-Tesoro, pero eso está muy bien. ¿Por qué estás triste entonces? 
-Porque no tengo ningún cuento para hoy.
-Uy, habérmelo dicho antes. Ya sabes que enseguida me pongo a buscar y seguro que te encuentro un sin fin de aventuras de papel. A ver, ¿qué te apetece?
-¿Puedo elegir?
-Claro, pequeño. Soy todo oidos.
-Me gustaría volver a leer otra aventura de La Princesa Colorines
-De acuerdo. Bien, siéntate a mi lado, que te voy a contar una historia que habla del Desierto. ¿Preparado?
-Síiiiii.
-Pues ahí va:

LA PRINCESA COLORINES
El desierto.


Hola, soy la Princesa Colorines, y ésta es una de mis historias.

Canelo y yo nos despertamos temprano, y fuimos a desayunar. En realidad era un fastidio, porque no teníamos que ir a la escuela, por lo que no estábamos obligados a madrugar. Y digo teníamos porque Canelo también me acompaña al cole todos los días, y espera mi salida para volver juntos a casa.

Mis padres siempre han querido que vaya a una escuela normal, y que tenga amigos normales. No como mi primo, el príncipe Olivo, cuyos padres, el Rey Alcornoque y la Reina Encina, no quieren que vaya a la escuela. Por eso, un profesor va todos los días al palacio y le da clases a Oli (así lo llamo yo). En el fondo me da pena, porque los únicos niños con los que se relaciona somos sus primos, y la verdad, no nos vemos mucho.

En el colegio todo me va muy bien. Bueno, vale, menos en Mates, que se me dan fatal. Pero a mi amigo Lapicero, se le dan muy bien, y me ayuda. Conocimiento del Medio tampoco me gusta mucho, y alguna vez he suspendido. Es entonces cuando me ayuda mi amiga Azucena, y apruebo sin problemas.

Lapicero flojea un poco en Historia, y a mi me gusta ayudarle en esta materia. Y Azucena odia la Literatura, y a mi me encanta. Así que entre todos estudiamos las asignaturas, nos ayudamos, y aprobamos.

Ellos son mis dos mejores amigos, y de Canelo. Además, viven muy cerca, y casi todas las tardes estamos juntos. Ahora en verano nos vemos todos los días, y ellos también se levantan temprano, como yo.

Después de desayunar lo que nos había cocinado la buena Blanca, le pedí permiso a mi papá para ir a jugar. Él me dijo que le preguntara a mi mamá si podía salir. Mi mamá que dijo que sí, pero que también tenía que tener el permiso de mi papá. Y mi papá por fin me dijo también que sí.

Normalmente me encontraba con mis amigos bajo el naranjo, mi árbol favorito.

Ese día nos pasaron muchas cosas, y algunas fantásticas.

Nos pusimos a caminar, y nos dirigimos al bosque, después de atravesar el Río Prohibido. Les había hablado a mis amigos de la redonda puerta violeta, y de lo que me había pasado hacía poco tiempo. Llegamos hasta ella, y se abrió, sola, como la otra vez.

Esta vez, sin tanto miedo y cogidos de la mano, pasamos al otro lado mis amigos, Canelo, y yo.

Yo esperaba encontrar la extraña ciudad gris. Pero no fue así. A mi alrededor no había gris, pero tampoco muchos colores. Sólo unos cuantos, e iban del amarillo claro, al amarillo oscuro. Y hacía calor, mucho calor.

Sudábamos, y nos costaba movernos. Pero nos juntamos, nos apretamos unos contra otros, hicimos un pequeño esfuerzo, y salimos, llegando a lo que parecía la superficie. ¡Oh!, estábamos sobre arena, y arena, y más arena. Arena por todas partes. Y sol, mucho sol.

No sabíamos a dónde ir, pero nos fijamos en unas huellas que había en el suelo. Parecían de un animal, pero no sabíamos cuál. Por cierto, ¿dónde está Canelo? Ay, ay ay, ¡ya se ha vuelto a escapar! ¿Serán estas sus huellas? Parecen más grandes, pero quién sabe lo que puede pasar en este extraño lugar.

Así que seguimos las huellas del suelo. Y caminando, caminando, llegamos hasta un sitio en el que abundaba el agua, las palmeras, las frutas, y el fresquito. Sí, qué bueno, no hacía tanto calor. Nos miramos, mis amigos y yo, y sin decir nada, corrimos hacia esa especie de lago que había en el centro. Y bebimos su agua, y nadamos en su agua, y nos refrescamos en su agua. ¡Estaba tan buena!

Hablamos, y llegamos a la conclusión de que estábamos en un oasis, y el oasis, en un desierto. Habíamos estudiado los desiertos en clase, pero era la primera vez que veíamos uno, que estábamos en uno.

Después de beber, nadar y refrescarnos estábamos listos para seguir buscando a Canelo. Lo llamamos una y mil veces, pero no apareció. Miramos detrás de cada árbol, de cada piedra, pero no estaba, no lo veíamos por ningún lado.

Vimos de nuevo las huellas, y decidimos seguirlas otra vez, a pesar de estar muy a gusto en aquel oasis. Pero, Canelo es Canelo, y sin él las aventuras no son lo mismo.

Nos pusimos en marcha, y esta vez las huellas nos llevaron a un sendero entre unas montañas muy altas que parecían de arena. Íbamos por la sombra, por eso no hacía tanto calor.

Cuando estábamos a punto de sentarnos a descansar, oímos un ruido delante de nosotros. Era como si algo o alguien estuviera removiendo plantas, o hierbas. Nos acercamos muy muy despacio, y casi sin hacer ruido. No sabíamos lo que hacía ese ruido, y podía ser peligroso.

¡Allí estaba!, ¡era enorme!, y por el tamaño de sus patas, bien podía ser el dueño de las huellas que habíamos seguido durante tanto tiempo.

El animal se dio la vuelta, y a decir verdad, tenía algo que me resultaba muy familiar. No se si el color, o los ojos, pero tenía la sensación de haberlo visto antes.

Se acercó a nosotros, y movió tanto el rabo que levantó una nube de arena y piedrecitas a su alrededor.

¡Claro!, ¡ya se! Pero, ¿qué había pasado? Sin duda, era Canelo, pero, ¡era tan grande! Y para él, nosotros debíamos parecer como hormiguas pequeñitas. ¿Cómo había pasado? Y lo más importante, ¿cómo lo íbamos a llevar a casa así? Claro, que para eso, teníamos que encontrar de nuevo la puerta redonda violeta, y no sabíamos dónde podía estar.

Nos pusimos a pensar, y mientras eso ocurría, Canelo quería jugar. Jugar a darnos lametones, a traernos un palo para que se lo tiráramos, a hacer un hoyo en el suelo para esconder una piedra. Pero claro, ahora era un perro gigante, y sus lametones nos dejaban empapados. Sus palitos eran troncos, y los hoyos, enormes socavones; ¡por no hablar de las piedras que pretendía esconder!

¡Esto tenía que acabar! Además, empezábamos a tener hambre y a estar cansados.

¿Y cómo podíamos salir de allí?

De pronto Canelo encontró algo muy apetitoso y se lo llevó a la boca. Empezó a hacer mucho ruido y a pasarse la comida de un lado a otro de la boca, jugando con ella. No me gustó lo que veía, así que me acerqué a él y le dije: “Canelo, Canelo bonito, come con la boca cerrada, y no juegues con la comida”. Parece que me entendió, y cerró la boca y comió despacio.

Mis amigos llamaron mi atención, y cuando me acerqué a ellos, los vi mirando una roca muy grande que no estaba allí antes y que tenía forma de puerta, ¡mi redonda puerta violeta! Pero en vez de malva y madera, era de granito, y esta vez estaba ya abierta, esperándonos.

Nos cogimos de nuevo de las manos, y rodeamos una de las enormes patas de Canelo. Caminamos todos juntos, y sin pensárnoslo mucho, atravesamos aquella roca en forma de puerta.

Y al abrir los ojos, ¡estábamos en el bosque de nuevo! ¡Y Canelo volvía a ser pequeño!

Mis amigos salieron corriendo, y yo también. Pero me detuve y me acerqué a la puerta violeta y redonda. Acerqué mi orejilla a ella, para poder escucharla, y en esta ocasión me dijo: “comer con la boca abierta es de mala educación; y jugar con la comida también”.

Desde luego, puerta bonita, puerta violeta, es una lección que nunca olvidaré.

Y así acabó la aventura de aquel día. Pero, ¿por qué un desierto? Porque creo que hacía poco que en clase nuestra profesora, doña Esmeralda, nos había hablado de ellos, y yo me quedé muy impresionada.


Llegamos al naranjo, y me despedía de mis amigos, no sin antes hacerles prometer que no contarían nada de nuestra aventura. Al fin y al cabo, seguía teniendo prohibido atravesar el río.

FIN

-¿Te ha gustado, Pez?
-Síiii. Porfa, ¡cuéntame otro cuento de la Princesa Colorines! 
-No, mi niño. Otro día. Tanto tú como todos nuestros niños queridos deben descansar ya. Si te sigues portando así de bien, pronto nos embarcamos en otra aventura de ella. ¿Conforme?
-Vale. Un besito Paz.
-Mil besos y un achuchón, Pez  




 

martes, 2 de abril de 2013

Un ser entrañable

Hoy, 2 de abril, se celebra el Día Internacional del Libro Infantil.

El Pez Volador está de celebración también porque entre pequeños grandes relatos se mueve cada día

Resulta que Pez, en una jornada tan especial, se ha dado una vuelta por mi colección, y me ha pedido que le hable de un cuentito. Le ha llamado la atención su portada, porque le encantan los colores alegres y los nombres raros. A ver si a ustedes les gusta también:


¿Saben quién es?, ¿o qué?

Es difícil de definir. Pez y yo lo vamos a intetar. Se trata de un ser entrañable que nació de un huevo, en un lugar remoto, y que necesitó la ayuda de algunos amigos marinos para aprender a definirse y a conocer su misión en la vida. Le costó un poquillo, porque al principio se sintió muy solo, y no sabía ni qué hacer ni hacia dónde dirigirse. 



Con el cariño de los personajes que el destino puso en su camino, consiguió hacerse un hueco en el mundo.

Ahora mismo está en el El cielo de los libros sin presente, porque hace muchos años que dejó de publicarse. Desde allí, sin él ni siquiera saberlo, sigue cumpliendo con la tarea que es su día le fue encomendada: vigilar la salud de las aguas que nos rodean. Porque si tiras basura al mar o al río, vendrá Serendipity y lo impedirá.

 

Gracias a las palabras de Stephen Cosgrove, y a los dibujos de Robin James, este dragón rosa de cresta verde llamado Serendipity llegó a mi hogar, y puedo asegurar que es uno de los primeros libros de los que guardo recuerdos. Ediciones Altea lo editó en España en 1975, y formó parte de una colección llamada como nuestro amigo.

Si desean hacerse con un ejemplar, les aviso que es muy complicado conseguirlo en español. Sin embargo, lo he encontrado en inglés en el siguiente portal:

Serendipity en Amazon 

Hoy he querido hablarles de este libro porque tal y como les he comentado, es uno de mis primeros recuerdos hecho papel e ilustraciones. Me ha parecido mi particular aportación a esta jornada tan especial, recuerden, Día Internacional del Libro Infantil. Por cierto, y a modo de curiosidad, les diré que la fecha no es casual, porque se eligió para tal conmemoración el día del nacimiendo de Hans Christian Andersen.

Bueno, hoy les dejo con un tema de Annie Lenox, "Waiting in the vain", que forma parte de la banda sonora de una película que lleva por título el nombre de mi amigo, es decir, Serendipity. Se trata de un film que habla del destino y del amor.

 

Un beso de buenas noches, y porfa, permitan que sus niños queridos puedan llegar a celebrar en el futuro un día como el de hoy, el de los Libros Infantiles. Es uno de los legados que les pueden dejar, el amor por las historias de papel.

De antemano, gracias.

lunes, 18 de marzo de 2013

Por la sonrisa de un niñ@



Érase una vez un pequeño que no tenía ganas de jugar.
 
Cada mañana se levantaba de la cama, se aseaba y se iba al colegio sin rechistar.
 
En la escuela, aprendía, pero se dormía.
 
Iba al recreo, pero no corría.
 
Le contaban historias fantásticas, pero no sonreía.
 
¡Hora de comer!
 
En fila india iban entrando al comedor, y por primera vez en el día, al pequeño se le iluminaba la cara.
 
Él no entendía cómo había compañeros que despreciaban la comida, que decían que esto o aquello no les gustaba, que no quería comer allí, incluso, que tiraban lo que había en las bandejas.
 
Casi siempre era el último en salir de la estancia que para él era la más maravillosa del colegio. Y esto ocurría porque le sacaba el sabor a todo lo que se llevaba a la boca, saboreaba cada cucharada, memorizaba cada sensación. Era simple, hasta el día siguiente no volvería a comer.
 
Cuando acababa el cole, volvía a casa, y la mochila le pesaba un montón. Y era la misma de la mañana, pero claro, ahora llevaba más conocimientos dentro.
 
Hacía sus tareas, obedecía a su mamá y su papá le arropaba antes de acostarse. La verdad es que los papis del pequeño ahora pasaban muchas horas con él. Y eso era genial, pero los mayores estaban tristes.
 
Feliz descanso, pequeño.
 
Sus sueños eran sencillos. Consistían en comidas abundantes compartidas con la familia. Pero al despertarse, el agujerito de su tripa parecía agrandarse, y un gran tigre salía por su garganta en forma de rugidos silenciosos.
 
Él era un chico valiente y aunque sabía que algo pasaba en su hogar, intentaba portarse bien siempre. Pensaba que de esta manera sus padres se pondrían contentos también.
 
Así día tras día.
 
Una noche se despertó, tenía ganas de ir al baño; sin hacer ruido para no molestar escuchó a mamá y a papá hablando. Se preguntaban cómo podrían pagar el comedor del niño el mes siguiente. Lloraban, pero al poco, se prometieron a ellos mismos que harían lo imposible por pagar ese recibo.
 
Lo imposible, lo imposible, lo imposible…
 
Así se quedó de nuevo dormido el pequeño.
 
El niño soñó, pero no con comida como casi siempre. No.
 
En esta ocasión, el Hada Milandrina se coló en su cabecita, y se lo llevó de paseo por las dunas, por la orilla del mar. Le dijo que no tuviera miedo, que ella le protegería, que no se preocupara, que tenía poderes mágicos, y que iba a conseguir cumplir al menos alguno de sus sueños.
 
Le preguntó al pequeño, que, a pesar de ser un sueño, no salía de su asombro:
 
-Cariño, ¿cuál es tu mayor deseo?
 
-Señora, yo…
 
-Dime, mi niño..
 
-Yo, bueno, mi mayor deseo es poder comer todos los días, y que mis papás no se pongan tristes por tener que pagarme el comedor del cole.
 
El Hada Milandrina lo cogió en sus brazos, lo acunó y le dijo al oído:
 
Mi niño, no te preocupes, eso lo puedo hacer posible. Y no lo haré yo sola.
 
Conozco a un montón de duendecillos, al Mago Grande, a las ninfas de las nubes, a las estrellas del cielo. Todos nosotros vamos a tratar de que tu sueño se cumpla.
 
Trabajaremos, haremos funcionar todas las varitas mágicas del reino. Y ya lo verás, lo conseguiremos.
 
Confía en mí; confía en tus sueños; confía en ti. Juntos, lo lograremos
 
El niño se quedó dormido, y descansó como no recordaba haberlo hecho nunca.
 
Al despertar, se fue corriendo a la cama de sus papás, se tiró en plancha, se los comió a besos a los dos, y a cada uno de ellos le dijo que no se preocuparan, que los quería, y que tenía mucha prisa, que se tenía que ir al cole pitando.
 
Y así fue.
 
Gracias al Hada Milandrina, al Mago Grande, a los duendecillos, a las estrellas del cielo, a las ninfas de las nubes, y a muchísimos seres del reino de la magia, el pequeño, y otros niños como él, pudieron comer en el comedor de sus escuelas, sin que sus padres tuvieran que preocuparse, al menos durante un tiempo generoso, de pagar los recibos ñam ñam.
 
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
 
 
P.D.: Si quieren convertirse en duendecillos, estrellas o ninfas, pueden colaborar con el Hada Milandrina en difundir este cuento. Toda colaboración será bien recibida, se los puedo asegurar.
 
 
Muchísimas gracias, y recuerden, todo esto se hace para conseguir un tesoro: la sonrisa de un niñ@.
 
 
¿Nos ayudan a conseguirlo?

 
 

domingo, 10 de marzo de 2013

Una amiga para siempre...

Hoy mi Pez ha preparado su mochila, y antes de salir por la ventana de mi azotea se ha dado la vuelta, me ha mirado, y con una sonrisa en sus morritos me ha dicho: ¡¡Vuelvo en un ratito, me voy al bosque con Maya!!



Hace una hora que se han ido, y estoy tranquila, porque sé que está en buena compañía. Maya es algo traviesa, pero con un gran corazón; lista, cariñosa y tiene muchos amigos, a los que he conocido y con los que me he reído y disfrutado en numerosos momentos agradables y entrañables.


Lo que mi Pez no sabe es que a Maya y a sus compañeros del bosque los conozco hace muchísimos años, tantos como tengo, o casi. Sí, Pez, te voy a contar su historia, para que puedas leerla cuando vuelvas a casa.


Erase una vez una pequeña abeja que se coló por las televisiones de muchos hogares allá por 1978. ¿Que cómo lo hizo? ¿Cómo puede atravesar un bichito la pantalla de una tele? Muy fácil, mi niño, gracias a la imaginación. Bien, pues aquella abejita rubia nos enseñó cómo era un bosque por dentro, cómo eran las gotas de la lluvia, cómo era la hierba desde cerca, cómo vivían los insectos y demás animales. 

Ella lleva haciendo sonreír a niños de todo el mundo desde hace más años de los que te imaginas. Nació en 1912, en la cabeza de un escritor llamado Waldemar Bonsels. Él nos la regaló y nos enseñó a respetar nuestro entorno verde, y como dice mi madre, nos hizo pensarnos dos veces antes de pisar una hormiguita.


Mira, así se presentaba tu amiga a los niños. Verás qué bonito, y ahora entenderás por qué de vez en cuando canto esta melodía. Claro, es que es muy pegadiza. Ah, y cuando acabe la canción, quédate, que empieza el capítulo:



Pero me vas a decir que tu amiga, con la que te has ido de excursión esta mañana, se parece a la de los dibujos, pero que no es la misma. Ay, mi pequeño Pez, es que Maya se ha hecho mayor, pero gracias a la magia de Planeta Junior, en vez de parecer más viejita, ahora está mucho más juvenil. A ver, ¿es ésta?


Ajá, ahora sí, ¿verdad? Ya sabía yo.


Ya tengo ganas de que vuelvas de tu aventura, para ver tu carita iluminarse gracias a nuestra amiga. Estoy segura que a partir de ahora la verás con otros ojos, porque vas a descubrir que Maya ya era amiga mía incluso antes de que nacieras tú. Y me ha marcado de tal manera que ahora, cuando necesito desconectar un poco, o incluso, sonreír cuando mi cerebro está agotado, recurro a ella.


¿Que cómo lo consigue? Mira, así






Es uno de los libros de las oposiciones que estoy preparando. Sí, es la razón por la que te tengo un poco abandonado, y que nos echemos tanto de menos. Pues verás, cuando los compré, eran, y son tan aburridos, que se me ocurrió forrarlos con algo que me gustara mucho, y así encontrar, de alguna manera, la motivación que necesitaba para sumergirme en él. ¿Y a quién elegí para éste? Efectivamente, a la Abeja Maya.


Te lo aseguro, pequeño Pez, tanto a ti como a todos nuestros niños queridos, Maya les va a acompañar durante toda su vida, se convertirá en una amiga para siempre. Pero para eso, ella solo pide una cosa: que le dejen entrar en casa, que no la dejen por fuera de la ventana.


Un beso volado para todos

lunes, 18 de febrero de 2013

Vínculos

Dicen que que no tienen sentimientos. Dicen que no entienden las cosas de los humanos. Dicen que básicamente comen y nos obligan a sacarlos para que hagan sus necesidades. Dicen que son solo animales, y que es una chorrada que nos encariñemos con ellos, porque su función no va más allá de la simple compañía, o en su caso, el resguardo de una casa.


Y no niego que los que dicen, dicen y vuelven a decir, no tengan su parte de razón. Pero, para mi son algo más, mucho más.


Les voy a contar la historia de mi perro, y quizás entonces puedan entenderme mejor.


Chopito llegó a casa una tarde de abril. Su dueño no lo quería. De hecho, solo le interesaba el pedigrí de su madre. Y como el cachorro, junto con el resto de la camada, fue el fruto de una juerga loca con un padre sin nombre y sin “marca”, su destino era un barreño con agua. Sí, así es. Sus hermanos perecieron ahogados de esta horrible e injusta manera. Mi madre, compañera de trabajo, le dijo de todo a ese salvaje, que encima se permitía presumir de perra y de ser un amante de los animales. Claro, de los que tienen apellidos larguísimos, y que cuestan una pasta. 
 

El caso es que cuando este animal de dos patas llegó a su casa, se encontró con que la adorada mascota había parido dos bastardos más. Y mira tú por donde que fue en ese momento cuando le entró lo que él entendió como cargo de conciencia: los metió en una caja de zapatos y le trajo uno a mi madre y el otro, a una vecina.


Así llegó Chopito al que se convertiría en su hogar, entre cartones, y rodeado aún de la placenta que le unía a la progenitora que nunca pudo lamerle y protegerle. 
 

Hubo que enseñarle absolutamente todo, desde comer hasta bajar un escalón. Al principio, su cama consistía en una caja vacía de naranjas, y nos aconsejaron que envolviéramos un despertador en una manta, para que emulara el corazón de la madre y así le ayudara a dormir. Lo hicimos.


Pasaron los años, y aquel chucho, porque lo es, y a mucha honra, se convirtió en algo que no era ni bonito ni feo, ni alto ni bajo, ni peludo ni pelón. No era nada de eso. Y sin embargo, lo era todo. Y lo más importante, se convirtió en uno más de nuestra familia. No era cuestión de cubrir sus necesidades, que también. Era una cuestión de humanidad, de amor, de cariño y de agradecimiento. Y aquí sigue, regalandonos su presencia.


Ahora está muy viejito, cumplirá 15 años en breve. Come bien, duerme un montón, y el tío conserva todos los dientes. Pero hay que echarle una mano para que pueda hacer ciertas cosas, como por ejemplo, subir escalones; y los paseos se han hecho más breves porque se cansa antes. ¿Y saben qué?, le ayudo encantada, porque él, inconscientemente, sin sentimientos, sin pensar, sin hablar y sin mostrar empatía (ya saben, es lo que dirían los que dicen, dicen y vuelven a decir), nos ha ayudado anteriomente a mi familia y a mi en muchísimas ocasiones. A sonreir cuando no teníamos ganas; a jugar cuando no había ánimo; a vestirnos y salir a la calle cuando la pena era muy poderosa; a no separarse de nuestras camas cuando estábamos maluchos; incluso, a no dejarme sola durante mis recientes horas de estudio.



Gracias, Chopito, sigues siendo un gran perro. Quería dejarlo por escrito antes de tu partida, porque por ley de vida, ésta llegará más pronto que tarde.


Les cuento esto porque hace muy pocos días uno de mis mejores amigos ha tenido que despedirse de su mascota, y tanto él como su pareja lo están pasando francamente mal. Y los entiendo, perfectamente. 
 

A los dos, quédense con los buenos momentos, con sus ojillos, con su pelo suave, con el tiempo que han compartido, y con la tranquilidad de saber que se ha marchado con la mochila cargada de amor. 
 

Un beso enorme, y mucho ánimo.


Como homenaje a él, y a todos los canes de nuestras vidas, le quiero dedicar este tema de una película titulada “Bajo Cero”, y que les confieso que siempre me hace llorar de emoción. 


Besitos y buenas noches

P.D.: Aclaro que los perros con pedigrí, nombre y apellidos me parecen igual de maravillosos que los chuchos como el mío; o mestizo, tal y como está escrito en su cartilla identificativa.

Todos son dignos de respeto y cariño.