Este es el experimento que te propongo.
Imagina, crea un espacio, en tu mente, en el que los personajes cobren vida; y cuando esto suceda, intenta plasmar en un dibujo qué sensación te han transmitido. Puede ser una carita, puede ser un color, pueden ser formas sin forma. No importa. Hablamos de sensaciones.
Este experimento es tanto para niños como para grandes. La imaginación no tiene edad.
Bien, pues les propongo que conozcan a alguien muy especial para mi. De hecho, es la primera vez que sale de paseo, porque vive en una carpeta de mi ordenador desde hace más de tres años.
Es mi querida Princesa Colorines, y esta es una de sus aventuras.
Te pido un favor: dale la manita, para que no pase miedo. El Pez Volador está a su lado, pero ella, seguro, estará encantada de contar con tu compañía y cariño.
Te pido un favor: dale la manita, para que no pase miedo. El Pez Volador está a su lado, pero ella, seguro, estará encantada de contar con tu compañía y cariño.
Una aventura.
Soy la Princesa Colorines ,
y esta es una de mis historias.
Nací en un país multicolor, un
día luminoso, y mis padres fueron el Rey Arco Iris y la
Reina Rosa de Pitiminí.
Me llamaron Colorines, y de mi
reino fui princesa.
Desde bien pequeña me gustaba ir
a pasear por la hierba verde, nadar
por el mar azul, y que acariciara mi
rostro el sol amarillo.
A menudo, el tiempo pasaba
volando, y llegaba al castillo con la cara muy coloradita, bien por pasear
mucho, por nadar mucho o porque me diera mucho el sol.
Nuestra casa era muy grande, y me
divertía correr por sus largos pasillos, subir y bajar sus empinadas escaleras,
y trastear en su amplia cocina.
Teníamos un perro, llamado
Canelo, que me acompañaba en todas mis aventuras. Donde estaba él, estaba yo. Y
donde estaba yo, estaba él. Queríamos comernos el mundo, y aunque teníamos
prohibido pasar más allá del río Claro,
imaginábamos una y mil excursiones.
Mi árbol favorito era un naranjo, y bajo sus ramas dejaba libre mi
mente, libre para volar, para pensar, para leer, para dibujar, para, para,
para, para planear mi futuro.
Un día, Canelo y yo nos
levantamos muy, muy temprano, y tras tomar el rico desayuno que nos preparó la
cariñosa cocinera Blanca, salimos a
dar nuestro paseo habitual, una vuelta alrededor de nuestro querido universo.
Le lancé una piedra a Canelo para
que la fuera a recoger, y sin querer, puse más fuerza de lo normal en el tiro,
y la piedra cayó al otro lado del río, en la orilla que teníamos prohibida. Mi
perro, que de eso no entendía, cruzó a nado las aguas cristalinas, y llegó al
otro lado, donde estaba la piedra. Cuando la cogió, me miró, y siguió
corriendo, no hacia donde yo estaba, sino hacia el bosque.
Muy disgustada, y asustada, le
llamé, ¡Canelo, ven!, ¡Canelo, toma, mira! ¡Canelo, Canelo, vuelve, por favor!
Pero él ni vino, ni tomó, ni miró, ni volvió. Simplemente, desapareció. Así que
me armé de valor, me tragué el miedo, y atravesé el río. Había visto a mi perro
correr en una dirección, y hacia allí me dirigí.
Llegué hasta un claro, donde
había una puerta.
¡Sí, una puerta en medio de un espacio sin plantas ni
animales!
Una puerta redonda y violeta;
una puerta que se abrió cuando me acerqué. Una puerta que no me dejaba ver lo
que había al otro lado, pero que me permitía escuchar los ladridos de mi perro.
Así que sin pensármelo demasiado,
cerré los ojos, di un salto, y confié en la buena suerte.
Cuando abrí mis ojos, no podía
creer lo que veía.
Lo primero que hice fue dar la
vuelta, y allí estaba la puerta. Pero cerrada, y seguía siendo redonda, pero ya
no era violeta, sino gris oscuro. En realidad, todo a mi
alrededor tenía unos colores muy limitados, del blanco al negro, pasando
por una escala de grises.
Y lo más raro es que ya no estaba
en el bosque, sino en medio de algo parecido a una ciudad. Y digo parecido
porque no conozco ninguna, nunca había abandonado mi reino, y las únicas
referencias que tenía son la de los libros que me lee mi mamá, o los periódicos
que me lee mi papá.
¡Así que esto es una ciudad! Gris por aquí, gris por allí. Raro, muy raro. Un coche, una farola, un edificio.
¿Por qué tiene que ser todo tan feo?; ¿tan triste? En mi imaginación, las
ciudades eran luminosas, llenas de colores vivos, emocionantes. Sin embargo no
era así.
No se por qué, pero me sentí
triste. Además, mi vestido era ahora gris,
mi pelo era gris, mi piel era gris, todo a mí alrededor era gris. Creo que hasta mi corazón era gris.
Pero, ¿por qué estoy aquí?, pensé.
¡Ah, sí!, para buscar a Canelo. Por cierto, no lo veía, pero lo estaba
escuchando. ¡Canelo!, ¿Canelo, dónde estás?, grité.
Ahora que lo pienso, ¿cómo lo iba
a reconocer?; porque ahora no era marrón,
sería gris. Y todo el mundo sabe que
todos los perros grises son iguales.
Espero que él si supiera reconocerme a mi.
Lo seguía oyendo, pero seguía sin
ver esos ojitos que tanto me gustan. Seguí mi instinto, y me dirigí a un parque
gris, donde había mucha gente gris, y donde los niños grises jugaban con sus padres grises. Y allí, en medio, ¡estaba Canelo! O al menos se le parecía mucho. Sí, él también era gris, pero su rabito, sus orejitas, sus
patas, ¡son tan peculiares!
Me acerqué, y cuando ya estaba
casi a su lado, él se giró, y se me acercó a toda prisa, me olió. Dio una
vuelta alrededor mía, y me volvió a oler. ¿No me reconocía? Qué raro, porque
Canelo siempre que me ve no para de saltar y llamar mi atención. Y si me
quedaban dudas de si era él o no, sí, tenía su chapita al cuello, aquella que
le puse cuando nos conocimos. Esa en la que está escrito su nombre: CANELO DE
IRIS Y PITIMINÍ.
Cuando estaba a punto de echarme
a llorar, él me dio uno de sus besos en las manos, y al hacerlo, es como si
hubiese reconocido el sabor. Sí, ¡soy yo, Canelo! Entonces él se comportó como
el Canelo de siempre.
Pero, ¿por qué tardó tanto en
reconocerme? ¿Por qué lo hizo sólo cuando me probó, cuando me dio un beso?
Ah, ya se. Bueno, creo. Es algo
de lo que me había ido dando cuenta a lo largo de ese extraño día, desde que
llegué a ese lugar. Esta ciudad no tiene olor. Sólo ruido y colores grises. El mar no olía; el puesto de
perritos calientes no olía; los coches no olían. Por lo tanto, yo no tenía olor
tampoco. Por lo tanto, mi perro no me pudo reconocer con su olfato. Por lo
tanto, tuvo que recurrir a su sentido del gusto para saber que era yo.
Bueno, ya estábamos juntos de nuevo,
y nuestro objetivo era llegar a la puerta de nuevo, aquella redonda, antes violeta y ahora gris. Llegar a ella para irnos a casa cuanto antes. Echaba de menos
a mi mamá y a mi papá. Y la verdad, el miedo y el disgusto me habían abierto el
apetito. ¡Qué hambre!
Caminamos y caminamos, y llegamos hasta el lugar, hasta la redonda puerta gris.
Pero, ¿dónde está el pomo? Claro,
no me había fijado porque cuando me acerqué a ella, al otro lado, se abrió
sola. Así que yo sólo tuve que pasar, atravesarla. Entonces, ¿qué haríamos? ¡Me
quería ir!
Pensé en tirarle algo. Pensé en
romperla con algo. Ay, pero tanto pensar me cansó, así que me senté, y apoyé la
espalda en la redonda puerta gris. Canelo me miraba, y se sentó también, y
después se tumbó, y después puso su cabeza en mis piernas, y después esperó a
que se me ocurriera algo.
Así que tuve que seguir pensando.
Y pensando, pensando, uno de mis pensamientos se me escapó, y lo dije en voz
alta: “Puerta, puertita bonita, ábrete para que me pueda ir a casa. Puertita
guapa, por favor, deja que me vaya de aquí”.
Y entonces, ¡la puerta se abrió!
¿Qué había pasado? No sabía por
qué, ni cómo, pero me encontré de repente al otro lado, con Canelo a mi lado, y
delante de la redonda puerta, ¡Violeta!
Sí, todo a mi alrededor volvía a ser de colores. El río Claro, la hierba verde, el
sol amarillo. ¡Qué alegría!
Pero, ¿cómo había llegado hasta
allí?; ¿cómo había conseguido traspasar la puerta? Me acerqué a ella,
despacito, con respeto, y sin saber muy bien por qué, pegué mi oreja a la
madera, y una voz muy agradable, muy suave, me dijo al oído: “todo sale bien
cuando las cosas se piden por favor”.
Desde luego, puerta bonita,
puerta violeta, es una lección que
nunca olvidaré.
Y corriendo, Canelo y yo, pasamos
al otro lado del río, nos secamos deprisa, y nos fuimos a casa, a comer, a descansar,
y a preparar la siguiente aventura.
FIN
FIN
¿Como se imaginan a la Princesa Colorines?; ¿y a Canelo? Prueben a dibujarlos, ustedes, o sus niños queridos.
¿Juegan conmigo? Venga, espero sus obras de arte.
¿Juegan conmigo? Venga, espero sus obras de arte.
¡¡Buena semana, amigos!!